Hace más de 40 años, un joven gamberro e inquieto de Madrid, con ganas de transformar el mundo desde la educación, tuvo la suerte de encontrarse en la vida con personas que le ayudaron a encontrar cuál era la misión que Dios soñaba para él y a dar respuesta a ella.
Así entró la Asunción en la vida de Javier Platón, un estudiante de magisterio, que creía en el cambio y desarrollo de las personas, desde su infancia, a través de la formación y el acompañamiento personal, y quería que todo niño creciera feliz y seguro, para dar lo mejor de sí. Una comunidad de religiosas inserta en un barrio obrero, colaborando con un club parroquial de tiempo libre, le dieron la primera oportunidad de conocer el carisma que Mª Eugenia había regalado a la Iglesia y al mundo. Poco después, al acabar sus estudios universitarios, el Colegio Asunción Cuestablanca fue el que le vio fascinarse con la educación en la Asunción. El lugar, sus espacios, su capilla, su silencio… le ayudaba a descubrir cómo podía él aportar su piedra a la construcción del Reino de Dios. Los comienzos no fueron fáciles, con alumnos de formación profesional que eran casi mayores que él, pero a los que supo ganarse con una relación de confianza y cercanía, ayudándoles a descubrir su valía personal y mostrándoles que el mundo necesitaba de ellos. Después pasó por toda las etapas, desde los alumnos de primaria hasta los de secundaria, disfrutando de enseñar contenidos, pero sobre todo ayudando a crecer en valores, y formando caracteres sólidos capaces de afrontar el futuro con confianza y esperanza, y con deseos de comprometerse en la transformación de la sociedad. A través del contacto y trabajo diario con las hermanas, el carisma de Mª Eugenia fue calando en él, hasta hacerlo totalmente suyo. Fue misión compartida antes de que se hablara incluso de eso.
Esto hizo que, desde la Provincia de España, se le pidiera formar parte del Equipo de Titularidad, en el momento que este se creaba, para liderar el camino conjunto de los nueve colegios de la provincia. El que comenzó como maestro se convertía ahora en maestro de maestros. Escucha, acompañamiento, disponibilidad, humildad… fueron las claves con las que afrontó esa nueva etapa, ayudando a los Equipos Directivos de los diferentes colegios a llevar a cabo su labor educativa, formando a las nuevas generaciones de profesores en el espíritu de la Asunción. Pasión e ilusión fueron el secreto de su trabajo incansable; la esperanza y el amor, la motivación que le ha hecho siempre salir de sí mismo para ponerse al servicio de todo aquel que lo necesitara.
Como él mismo dice, las instituciones tienen vocación de permanencia, las personas, en cambio, están un tiempo, dan lo mejor de sí, y se retiran humildemente dejando paso a quienes cogerán el relevo. Y llega ese momento en que, tras mucha entrega y desvelos, Javier puede disfrutar de un tiempo nuevo y jubiloso, donde mirar atrás, satisfecho, por todo el camino recorrido y la labor llevada a cabo. Y ahora puede decir, con Mª Eugenia, que “solo me queda ser bueno”.
Gracias, Javier, por el cimiento puesto con tanta solidez en la obra de Dios y por tanto don recibido de ti a lo largo de estos años, que el Señor siga bendiciendo y guiando tu vida.