Es una gran alegría poder compartir, hacer memoria y agradecer a todas las personas que me han acompañado en estos 25 años de vida consagrada a Dios para los demás, en esta gran familia de la Asunción.
Doy gracias a Dios por su fidelidad que ha venido atravesando diferentes momentos en estos 25 años de entrega al servicio de la vida. Gracias por tantas hermanas, jóvenes, adultos, amigos y amigas, rostros concretos con los que me he encontrado y que han sido esenciales en este camino de lo desconocido, camino de profundización, de encuentros y desencuentros, de alegrías inmensas y tristezas profundas, de inseguridades y certezas, pero por sobre todo un camino de llamadas constantes a vivir plenamente a la manera de Jesús, creyendo que solo desde el amor y en lo pequeño, sencillo y cotidiano de cada día es posible la alegría de la entrega.
Deseo compartir en esta oportunidad recuerdos profundos y alegres compartidos con las hermanas mayores de la comunidad de la Palmera en Nicaragua; fue el tiempo de experiencia de noviciado, lo feliz que fui a pesar de los regaños que recibía de una o de otra hermana, eran regaños con cariño. Una anécdota, el padre Atilio – Franciscano, un domingo que llegó a celebrar la misa me dijo: vos aquí sos feliz, todas son abuelas para vos y las abuelas consienten todo. Yo solo me reía. Era cierto. Eran mis hermanas mayores corrigiéndome, consintiéndome y siempre atentas; en la mesa, que comiera bien, en el encuentro, que me sentara bien, en los corredores, que no corriera, que caminara despacio…todo lo recuerdo con mucha gratitud y cariño. Pude compartir con cada una de diferente manera y eso fue grande.
Fue un tiempo de mucha gracia en esta etapa de la formación tan importante; consolidó en mí ese deseo profundo a la vida contemplativa, a permanecer delante de Jesús sacramentado de manera gratuita. Me dejaron ver y experimentar la alegría de un corazón centrado en Jesús - que como dice María Eugenia - solo busca “dar gloria a Dios y extender su Reino”. Me dejaron entrar en sus vidas y me dieron a conocer que en la Asunción se puede vivir la amistad centrada en Dios y para los demás. Gracias hermanas por esa experiencia profunda que fue clave en el cimiento de lo que ahora soy como Religiosa de la Asunción.
Doy gracias a Dios por mi mamá y papá que con amor y sacrificios constantes motivaron mi vocación de entregar mi vida sin esperar nada a cambio. Gracias a mis hermanos y toda la familia porque ha sido el pilar que sostiene mi fe en la unidad y la alegría profunda en el compartir con todas y todos.
Inmensamente gracias a Dios por mostrarme el camino como lo hizo con los discípulos de Juan; me miró y me dijo: Claudia, “VENÍ Y LO VERÁS” … y yo en este momento atraída por su mirada, fui, miré y me quedé; descubriendo que en la Asunción podría realizar esa llamada a SER plenamente para él y los demás.
Gracias a la Congregación de las Religiosas de la Asunción por la realización de mi vocación a través de la educación.
Claudia de Jesús