Muy queridas Hermanas y Amigos:
Nos hemos enfrentado con muchos desafíos desde el comienzo de la pandemia del covid-19. A pesar de nuestros esfuerzos por erradicar el coronavirus durante los dos años pasados, estamos todavía como tanteando en la oscuridad con la llegada de nuevas variantes. En este contexto, la Navidad nos da una oportunidad de celebrar la vida en el nacimiento de Jesús, en el despliegue del amor incondicional de Dios, Enmanuel – Dios con nosotros. En Navidad se trata de la luz del amor de Dios que todo lo recrea, trascendiendo el tiempo, el espacio y las circunstancias. Toda la creación, nacida del aliento y la palabra de Dios, renace en Jesús, encarnación de la Palabra y de la Vida de Dios. La Navidad celebra pues el renacer de toda la creación en una nueva vida en Cristo.
La Palabra se hizo carne en Jesús para disipar la oscuridad y el pecado y para hacernos hijos de la luz. Muchas profecías se escribieron sobre la venida de Jesucristo. Por ejemplo, Isaías escribía, “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en tinieblas y sombras de muerte, una luz les brilló” (Isaías 9,2). El Evangelista Juan vio cumplido esto en Jesús y escribió que: “La luz verdadera que ilumina a todos estaba viniendo al mundo. En el mundo estaba y el mundo se hizo por medio de él; pero el mundo no lo conoció” (Juan 1,9-10). El evangelista explica más adelante “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Juan 3,16). Jesús es la luz verdadera del amor de Dios en el mundo, pero a menudo no sabemos reconocer la presencia de su divina luz. Y cada año, la Navidad nos recuerda la luz del Amor de Dios que guía el desarrollarse de la historia humana y de toda la creación.
¿Cómo reconocemos la presencia de la luz de Dios que nos guía en nuestra vida cotidiana? La tradición sinóptica nos da una respuesta adecuada. Cuando nos centramos en las narraciones de la infancia en Lucas, nos damos cuenta de que los pastores, los primeros seguidores de Jesús, tuvieron que ponerse en camino para ver la luz del mundo: “Y cuando los ángeles se marcharon al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos pues a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado. Fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre” (Lucas 2, 15-16). Aquí nos pueden iluminar las palabras de san Francisco de Sales interpretando la primera Navidad: “El campo de los pastores se iluminó con una luz celestial y se llenó de música angélica. Mientras que el portal en Belén estaba rodeado de oscuridad, de frío intenso y del llanto del niño Jesús recién nacido. Sin embargo, no fue en el campo de los pastores sino en el pesebre, en Belén, donde se encontró a Dios”. Los pastores abandonaron el confort de sus extensos campos y se acercaron al insignificante pesebre del niño sin hogar. Allí experimentaron la presencia de Dios. De la misma manera, los magos o sabios de Oriente, guiados por la estrella de la luz de Dios, debieron emprender un camino hacia un lugar desconocido para adorar al niño Jesús recién nacido (Mateo 2,1-12).
Navidad Hoy
La Navidad nos invita este año a discernir un camino similar en nuestras vidas personales, comunitarias y familiares. Así como los magos y los pastores tuvieron que dejar su confort y su sosiego para salir al encuentro de un pobre pesebre y para descubrir al Enmanuel, nosotras también tenemos que dejar caer “algo” o hacer algunos cambios radicales en nuestras actitudes para poder vislumbrar la vida divina, para encontrar a Dios en lo agradable y en lo que no lo es tanto, o en las experiencias cómodas o no tan cómodas de nuestras vidas diarias. Se nos invita muy a menudo a mirar profundamente en el interior de nosotros mismos para reconocer las áreas oscuras o las periferias personales de nuestras vidas; para abrir nuestros ojos y ver la luz de Dios que nos guía en las áreas frágiles y en los momentos difíciles de nuestras vidas; y para permitir que sea la luz del amor de Dios la que nos guíe.
La pandemia nos ha llevado a un mundo de incertidumbre, y las relaciones en nuestros países, familias y comunidades se han convertido en un desafío. Es en este contexto en el que nos preguntamos a nosotros mismos ¿qué quiere decir dejarse guiar por la luz del amor de Dios? ¿Cómo podemos llegar a ser una luz de amor para los otros? El amor de Dios revelado en Navidad nos enseña que, en nuestra vida, de lo que se trata no es de nosotros mismos, sino de nuestros vecinos, de nuestras familias y de nuestras comunidades. Esforcémonos por desarrollar un corazón acogedor y de paz interior que irradie la alegría de la Navidad. No es algo imposible.
Al celebrar la Navidad este año, hagamos tres cambios en nuestras actitudes o tres caminos interiores (1) un camino desde el YO al OTRO cuando pensamos en felicidad y paz. Aquí el enfoque está puesto en los otros, y encontramos alegría al hacer felices a los demás. Quiere decir abandonar los pensamientos mezquinos como “no han sido amables conmigo, ¿por qué debo serlo yo con ellos?” o “nunca me han dado nada, ¿por qué tengo yo que darles algo?”. De hecho, no se necesita mucho para ser amable incluso con gente que no lo ha sido con nosotros o ser respetuosos incluso con gente que no nos ha respetado. (2) cuando pensamos en hacer cambios, un camino desde el OTRO hasta MI. Aquí el enfoque está en nosotros mismos y ya no tratamos de cambiar a los otros, sino de cambiarnos a nosotros mismos. Si nos atrevemos a cambiar nuestras actitudes y pensamientos todo cambia. Tratemos de convertirnos en un reflejo de lo que nos gustaría recibir de los demás transformándonos nosotros mismos. (3) Un camino desde el YO y los OTROS hacia los CAMINOS DE DIOS. Aquí el enfoque está en los caminos de Dios, en la presencia de Dios guiando nuestras vidas. El humilde nacimiento de Jesús nos enseña que los valores y medidas de Dios son diferentes a los nuestros. Dios hace que los lugares insignificantes y sin esperanza se conviertan en significativos y llenos de vida.
Que el mensaje de Navidad de este año remueva nuestros corazones y nos dé la gracia de esforzarnos más para ser un reflejo del amor y de los designios de Dios para con nosotros. Si transmitimos pensamientos y sentimientos positivos (amabilidad, comprensión, perdón y bondad), los obtendremos a cambio. Por lo tanto, depende de cada uno de nosotros hacer de nuestras familias y comunidades lugares de ternura y de paz duradera: nuevos portales de Belén para nuestro tiempo. ¡Que, al celebrar la Navidad, el corazón de Jesús empiece a latir en nuestros corazones! Y acogiendo el Año Nuevo, estrenemos una nueva vida en Cristo.
Os deseo la ternura y la alegría de la Navidad y el consuelo profundo y la paz duradera que nos llegan porque sabemos que Dios es la luz del amor que guía nuestro caminar en la vida - Enmanuel (Mateo 1,23; 28,20).
Deseo y pido para todos una muy feliz Navidad y un Año 2022 lleno de bendiciones.
Hermana Rekha Chennattu, RA
Superiora General
23 de diciembre de 2021