7 de Junio 1970 en León (España) - 7 de Junio de 2020 en Guayaquil (Ecuador)
Desde finales del año pasado me preparaba para este acontecimiento, era importante para mí celebrarlo y festejar la fidelidad del Señor a lo largo de cada día. Tenía muchos planes y pensaba en una pastoral vocacional.
En el mes de Marzo, al entrar de nuevo en la comunidad después de hacer el retiro en Zumbahuayco, las cosas cambiaron de rumbo rotundamente. Se cerraron las conexiones con otras provincias y solo quedábamos en casa un resto muy disminuido a todos los niveles, sobre todo a nivel de salud. Las demás Hermanas de la Comunidad estaban visitando a sus familias.
Y se pasaban los días, las semanas y los meses. Nada fáciles por cierto. Muchas eran las razones. Eran también muchas las emociones y sentimientos de cada día. Sobre todo por la imposibilidad de llegar a quienes estaban sufriendo los estragos del virus, que eran muchos y conocidos en nuestro entorno. Solo nos quedaba ser mediadoras en la oración. Me sentí muy útil con esta misión que la gente nos daba por teléfono. Llamaban pidiendo oraciones, socorro, medicinas, de todo. Estábamos aquí para eso. Para sostener la esperanza.
Y mientras tanto, el inicio de curso en la Unidad Educativa, la puesta en marcha de todo, la toma de decisiones, la reducción de personal, la disminución de la jornada laboral, del salario. Unas decisiones costosas. Con mucha incertidumbre.
Este fue el contexto de mi renovación de votos. Yo no hablaba a nadie de ello, lo guardaba en el corazón. Había tantas cosas para solucionar, para resolver cada día y eran tan vitales, que el resto pasaba a segundo lugar. Pero siempre estaba en mí. Yo estaba vivenciando y preparando una celebración de la que no hablaba, era algo muy fuerte e íntimo. Lo único que deseaba era poder tener la Eucaristía. Vivirlo en soledad y agradecimiento. No deseaba nada más.
El Señor me regaló volver a las fuentes que habían sido vitales en mi proceso, concretamente al libro que dio origen a mi vocación y a mi misterio “Sabiduría de un pobre” de Eloi Leclerc. De ese modo San Francisco en la etapa de su vida más dura, fue mi compañero. Leía y releía haciendo mía su propia experiencia. Eso me sosegaba tanto...
Lo mismo se me regaló el Cantico Espiritual de San Juan de la Cruz con su “Noche oscura”. Escucharlo una y otra vez me devolvía el consuelo y la fortaleza. Eran tiempos muy duros a todos los niveles: ausencia de personas, incertidumbre, incomunicación, pérdidas, el sufrimiento de conocidos y allegados, la falta de medicinas, de atención, la inseguridad, estar desprotegidos, las carencias, el miedo a salir. Aquí en Guayaquil fue una noche muy oscura a pesar del sol radiante.
En medio de todo esto había momentos muy bellos en los que la presencia del Amado se manifestaba por todos los lugares, y momentos. Hubo una cercanía y connaturalidad con la naturaleza que me rodeaba, los árboles, las plantas, los pájaros. Todos nos despertábamos al amanecer y preparábamos el día. Y al atardecer nos despedíamos del día de la misma manera. Esperábamos y despedíamos el día juntos en oración.
El silencio era tan bello que todo se dejaba oír y todo resonaba de una forma diferente. Todo se hacía eco de esa palabra que estaba a punto de dar y que la reconocía, con la misma intensidad, realismo y decisión que a los 19 años. Me sentía con la misma novedad y la misma alegría, solo que ahora sabía que esta historia era don. “Me he fiado siempre de ti Señor y no he quedado defraudada. He decidido fiarme y entregarme en cada instante y ahora no tengo más que agradecerte Señor” Esa era la diferencia, tener delante 50 años de fidelidad y de confianza. Eso provoca en mí un infinito agradecimiento.
Y fueron mis hermanas de provincia quienes me convocaron on line y me preguntaron si estaba dispuesta a compartir este camino de fidelidad y de agradecimiento virtualmente con quienes quisieran acompañarme. Me puse en sus manos y en menos de una semana ya estaba todo programado.
Estaba cerca el 3 de Junio, fecha del aniversario de la canonización de Santa María Eugenia. Con ella y a su luz hicimos un triduo explicitando el camino de cómo vivir la santidad, cómo hacer un camino creyente.
Fue muy grato ver y encontrarme con mucha gente que hacía muchos años no había visto y no sabía más de ellos. Se me regaló constatar aquello de Casaldáliga: “al final de mi vida, cuando se me pregunte: ¿has amado? presentaré al Señor el corazón lleno de rostros y de nombres”
Ellos han tejido y han sido testigos de esta fidelidad. Por eso en la ofrenda de la Misa celebrada en comunidad, ofrecí fotos y direcciones de las personas con quienes he compartido la historia de amor. Ellas están en mi corazón.
Fue una experiencia muy gozosa constatar la alegría del don: lo que el Señor regala a quienes se dejan seducir por El, superó el ciento y el mil y el millón. Dios es siempre sorprendente y sorpresivo.
La fecha del 7 de Junio este año coincidía con la fiesta de la Trinidad. Qué gran regalo, llevo por misterio: Dios y como palabra de mi anillo: “De Yaveh” (Is. 45,5). Se me regaló la liturgia del misterio de Dios.
Siempre fascinada y agradecida de su bondad. Y la de mis hermanas que hicieron posible la sorpresa y el encuentro con tanta gente a pesar de las distancias e incomunicación. Fue todo, no hubo más. Solo un puñadito de hermanas que celebraron conmigo la Eucaristía y otros muchos que desde lejos se alegraron de la fidelidad del Señor.
En plena pandemia, en medio de tanto dolor, celebrábamos el misterio de la vida y de la fidelidad de nuestro Dios.
Ascensión González Calle