Después del COVID-19: ¡La vida brotará de la muerte!
Desde diciembre de 2019, un virus que se originó en China ha causado una catástrofe mundial!
En efecto, el 11 de febrero de 2020, la OMS nombró oficialmente la enfermedad "enfermedad coronavirus 2019 (COVID-19)": pánico mundial, sufrimiento, muertes... ¡qué está pasando, la gente se preguntas por todas partes! Para algunos es el castigo de Dios, para otros esta enfermedad ha sido provocada por las potencias occidentales para destruir el mundo. En África en particular, se están haciendo comentarios que acusan, con razón o sin ella, a las potencias mundiales que tratan de reducir la población...
¿Qué hay que pensar? No hay necesidad de volver hacia todo aquello que causó a la vida social, sanitaria y económica de los pueblos. Lo importante es preguntarnos cuál es el significado espiritual de este acontecimiento para la vida de los somos creyentes.
¿Dios trata de castigar a la humanidad? ¡Claro que no! Desde los tiempos de Noé, cuando Dios prometió no volver a destruir el mundo, nuestra esperanza es cierta; no es el Dios de los muertos sino de los vivos. Esta pandemia nos ha obligado a detenernos, el mundo mismo se ha detenido como para decirnos: ¿a dónde vamos? ¿Por qué o por quién corremos? ¿Cuál es el sentido de nuestras vidas? Privados de nuestras asambleas eucarísticas, los cristianos ¿han adquirido otro sentido de Dios?
Lo que observamos es que nuestras vidas, nuestras comodidades, nuestros hábitos e incluso nuestras certezas son muy frágiles, y que un virus muy pequeño ha podido poner en peligro lo que creíamos haber dominado.
Se puede evocar la imagen bíblica de la tempesta calmada. ¡Tenemos la impresión de que Jesús duerme mientras el mundo tiembla! Sí, duerme porque confia; aquel a quien pertenece el mundo y toda la creación "duerme" pero vigila, no dejará que el mundo se desmorone por culpa de los hombres. Más bien, invita a la humanidad a despertar y buscar lo esencial: ¡La vida! Dios nos invita a vivir plenamente el presente y a cultivar la esperanza para el futuro. Nos invita a capear la tormenta de esta pandemia para tener más vida.
Durante este tiempo de pausa forzada debido a Covid-19, no dejamos de orar, rogando al Señor que la aparte de nosotros; y, por el contrario, hemos percibido desde el interior lo que nos da vida: la oración personal, en familia, más atención a unos y a otros, más creatividad en la organización de nuestra vida cotidiana, etc... Es el momento presente lo que cuenta, ¿cómo podemos vivirlo intensa y espiritualmente para que Dios sea nuestro centro y nos ayude a atravesar esta tormenta que se ha levantado sin previo aviso ?... ¿De dónde sacaremos la fuerza para hacer triunfar la vida si no es en la Resurrección de Cristo victorioso sobre la muerte?
Después de Covid-19, ¿tendremos todavía la humildad de aferrarnos a lo esencial y saber pedir ayuda al Creador sin importar lo que pase? San Máximo el Confesor decía: "La humildad es una oración continua entre lágrimas y dolores. No dejamos de pedir ayuda a Dios, no permite que nadie confíe insensatamente en su propio poder y sabiduría, ni de ponerse por encima de los demás. Estas son las graves consecuencias del orgullo. »
Una de las grandes lecciones que habremos aprendido de esta pandemia es la humildad y la sencillez para acoger lo inesperado y la audacia de acudir constantemente a Dios. Cristo nos dijo: « Cargad con mi yugo, ...sí, mi yugo es suave, y mi carga ligera ». (Mt 11:29, 30). Frente a la prueba, la enfermedad y el sufrimiento, tened conciencia de que el Señor lleva nuestras cargas con nosotros; debemos hacernos pequeños y humildes para no contar sobre nuestras propias fuerzas, pues es la tentación la que siempre nos acecha, sino confiar en aquel que ha vencido al mal y al sufrimiento.
En este tiempo de Pascua, dejémonos iluminar por una fe viva en la resurrección de Cristo, para contagiar al mundo con la alegría que brota de nuestro interior, en contacto con el Resucitado, para hacer triunfar la vida. Pase lo que pase, la vida tendrá la última palabra, sino nuestra fe en Jesús resucitado sería vana.
Hermana Marie-Madeleine AGONOU RA