Segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,8-14):
La canción “El verbo, la luz, la vida, Dios. El mundo sin vida muerto está. Los hombres sin luz tinieblas son. El verbo, la luz, la vida, Dios” del grupo español Brotes de Olivo(https://www.youtube.com/watch?v=e-pyCXiAcyI) nos puede ayudar a entender este texto de san Pablo a la luz del Prólogo de san Juan e igualmente nos puede servir como invitatorio para nuestro tiempo de oración. La Palabra de vida, la Palabra creadora desde el principio lo hizo todo. La Palabra dio paso a la Vida y la vida es la luz. Luz de los hombres, la luz brilla en la tiniebla y la luz es más poderosa que la tiniebla. La luz vence. Este mensaje está lleno de esperanza.
La segunda lectura que nos ofrece la Liturgia para este 4º domingo de Cuaresma pertenece a la última sección de Efesios y como en otras Cartas de la tradición paulina, está dedicada a la práctica concreta de la vida cristiana. Esta parte de la carta a los Efesios se interesa por mostrar que las obras de las tinieblas son “estériles” porque no engendran vida. Si volvemos, de nuevo, nuestros ojos al Prólogo de Juan, la Luz vence. Se nos insta a vivir como hijos de la Luz, porque siguiendo con el paralelismo con el Prólogo, la luz ilumina a todo hombre, e ilumina porque ha venido al mundo. Tanto el Prólogo como la lectura de Efesios dejan de manifiesto que podemos vivir en libertad y escoger: vida o muerte, tinieblas o luz. Si escogemos la Luz, el vivir, obrar y actuar encamina nuestros pasos a vivir como vivió Jesús (1 Jn 2,6). Al ser de las tinieblas las obras eran estériles, eran obras de ciegos que no veían. Cuando son luz en el Señor la llamada es a vivir como hijos de la luz, una luz que con su claridad pone en evidencia lo estéril. La luz emana de la vida con el Señor; somos luz por el Señor. Los frutos de la Luz no se pueden ocultar debajo de celemines. La bondad, la justicia y la verdad no se pueden guardar, al ser frutos de la luz se ponen en los candelabros para iluminar a todos (Mt 5,15). El seguidor de Jesús está llamado a dar frutos (Jn 12, 15-17).
“Yo soy, la luz del mundo Dice el Señor; el que me sigue tendrá la luz de la vida”. Esta es la antífona que leeremos antes del Evangelio. Es Palabra del Señor, por tanto, guarda dentro de ella una promesa. En estos tiempos de adversidad, de sufrimiento de tantos hermanos nuestros, confiemos en esta Palabra. Caminamos hacia la luz de la mañana del día de Pascua. La lectura de la Carta a los Efesios anima al creyente a despertar, a levantarse, a buscar la luz.
En la lectura de una Homilía del Sábado Santo leemos: “A ti te mando: Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona”.
Y también la Escritura nos dice: Y ya no habrá más noche, y no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos. (Ap. 22,5).
Confiamos en tu Palabra, en tu luz, Tú que eres Dios con nosotros. Ayer, hoy y siempre.
Imagen: Amanecer. Claude Monet. Paris, Musée Marmottan
Ana Alonso, r.a.
Asunción Cuestablanca