Abrahán, Moisés, Jesús
Estamos ya viviendo el camino que la Iglesia nos presenta para encaminarnos y llegar a la celebración de la Pascua. Siguiendo las huellas de este camino, la Liturgia de este Domingo nos lleva a la contemplación de la Luz que brota de la Transfiguración de Jesús.
En el Evangelio se nos dice que Jesús lleva consigo a tres de sus discípulos y sube a lo alto de una montaña para orar. Allí se transfigura: su rostro cambia, los vestidos resplandecen. El texto nos sigue diciendo que con Jesús aparecen Moisés y Elías. El Padre manifiesta a los que serán “columnas de la Iglesia”, y que Jesús de Nazaret es su Hijo Amado. Su Palabra es reveladora y completa la de la Ley y los Profetas (Moisés y Elías), una palabra que hay no solamente que escuchar sino también acoger. Esta Palabra es reveladora - y es también el centro del acontecimiento -, una Palabra que sale de la nube, de una nube luminosa.
Jesús y la nube, es el centro el relato. Pedro envuelto en la nube toma la palabra y propone hacer tres tiendas, quedarse allí. La palabra que sale de la nube anuncia quién es Jesús: el Hijo Amado, el Predilecto. Y es a El al que hay que escuchar y en El se complace el Padre. Hay en este acontecimiento una revelación más profunda para los discípulos de Aquel que había caminado con ellos. Lo mismo nos ocurre a nosotros cuando nos vemos envueltos por una luz nueva.
Cuando levantan los ojos los discípulos ven a Jesús solo. Basta levantar la mirada para ver a Aquel que nos ha acompañado, y que nos acompaña siempre. Los discípulos van a comprender que desde ahora a quién hay que escuchar es a Jesús, el Hijo Amado del Padre. Su Palabra es la lámpara que ilumina nuestros pasos, es la Palabra a la que hay que escuchar.
En nuestro camino de Cuaresma, la liturgia nos propone hoy avanzar en el conocimiento de Cristo Jesús y poner toda nuestra vida en actitud, en estado de oración. Pablo dice en su segunda carta a Timoteo: Dios nos ha dado esta gracia de vivir de El y trabajar con El en la extensión de su Reino a través de la Palabra anunciada, testimoniada, acogida. Es el don que nos ha venido por medio de Jesucristo (segunda lectura). Dios nos ha bendecido también a nosotros como lo hizo con Abrahán: Te bendeciré y tu nombre será bendición para todos.
Los discípulos saben, como también nosotros sabemos, que lo nuestro es escuchar la voz de Dios que nos llega tantas veces y a través de tantos signos. La palabra de Moisés y de los Profetas es firme y hay que dejarse iluminar por ella, “hasta que despunte el día y el lucero matutino se alce en vuestros corazones” (2Pe 1, 18.19). En el rostro visible del Hijo se revela la realidad invisible de su divinidad. Ahora sabemos que el Hijo, muerto y resucitado, es el Hijo Amado del Padre. En El se apoya toda nuestra confianza: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Invitación a la oración para fortalecer nuestra vida de fe. El Señor nos bendice como bendijo a Abrahán y se complace, como en él, en cada uno de nosotros.
Santa Isabel, Madrid