¿Alguna vez has sentido que tenías que demostrar algo al mundo? ¿Que tenías que salvarte solo, sin ayuda, sin mostrar debilidad?
En la cruz, Jesús nos enseña algo totalmente distinto. En su homilía del Domingo de Ramos, el Papa Francisco lo deja claro: en el Calvario chocan dos formas de ver la vida. Por un lado, está el estribillo del mundo: "Sálvate a ti mismo", una mentalidad individualista que nos empuja a sobrevivir sin mirar al otro. Por otro, está Jesús, que no se defiende, no se justifica, no se salva… se entrega.
En medio del dolor, Jesús pronuncia palabras que lo cambian todo: "Padre, perdónalos". No hay reproche. No hay rencor. Solo amor radical.
El Papa nos invita a contemplar a Jesús en la cruz. A mirarlo como quien mira al que más le quiere. A dejarnos mirar por Él. Porque, como dice Francisco, nunca hemos recibido palabras más bondadosas, ni una mirada más compasiva, ni un abrazo más amoroso.
Cuando el mundo grita “sálvate a ti mismo”, Jesús susurra: “te perdono, te amo, estoy contigo”.
Y ese susurro lo cambia todo.
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