“Buenos días, mi nombre es Marlé Uribe y soy misionera de la Asunción, ¿me permites compartir contigo y con tu familia la Palabra de Dios o podemos rezar juntos por lo que más anhela tu corazón?”. Este es el mensaje que ofrecemos al llegar a una casa durante el visiteo que realizamos en misiones de Semana Santa. El Instituto Asunción de Querétaro hace presencia activa en San Ildefonso, una pequeña comunidad agrícola y alfarera, perteneciente al municipio de Amealco, Querétaro, México.
Hace muchos años, las religiosas de la Asunción tenían su casa ahí en San Ilde, justo en Loma de la Misión. Al ser mujeres de servicio daban su testimonio y compartían el Evangelio a quienes las necesitaban; sólo que, fueron llamadas a ofrecer su servicio religioso a otros lugares. Ha pasado el tiempo y, ahora son algunos estudiantes y profesores del Instituto Asunción quienes seguimos su paso misionero.
Prepararnos para la misión en Semana Santa nos sensibiliza a ser sal y luz del mensaje que queremos transmitir. Durante un tiempo considerable preparamos los temas que compartiremos con la gente del lugar. Planeamos diferentes actividades en torno a las catequesis vespertinas. En toda la escuela realizamos una campaña para colectar despensa, medicamentos, ropa o materiales educativos que van directo a la gente de San Ilde. Además, tomamos nuestro paliacate, la cruz de la Asunción y nuestro manual del misionero como símbolos de la llamada que sentimos.
De esta manera, nos conformamos como comunidad de misión, no somos estudiantes y profesores, somos hermanos de misión y vivimos juntos desde el Domingo de Ramos hasta el domingo de Resurrección. Y quiero decirte que la persona que regresa a casa es diferente de la persona que llegó a San Ilde. La experiencia es totalmente transformadora. Nos dividimos las tareas, nos cuidamos y nos hacemos responsables entre todos. Hacemos oración al inicio de la jornada, caminamos y tocamos puertas. Escuchamos historias, mostramos respeto y oramos en cada casa. Compartimos alimentos, preparamos material para las catequesis y, al final del día, hacemos la relectura espiritual para reconocer la presencia de Dios en todo.
Al ser un pueblo lleno de tradición, compartimos con ellos todo lo relacionado a los días santos: el lavatorio de pies, el viacrucis, la adoración de la cruz, el fuego nuevo y la alegría de saber que Cristo ha resucitado.
Es una semana intensa por el desgaste físico, recorremos grandes distancias bajo el sol abrazador, sintiendo en los pies la arena de un clima seco casi desértico. Visitamos casas alejadas, pero eso no importa porque cuando una familia te recibe con una sonrisa, todo ha valido la pena. Cuando te ofrecen un taco de frijoles o un vaso de agua, sabiendo que quizá eso sea todo lo que tienen, su generosidad te llena el corazón.
El cansancio físico sucumbe ante el desgaste emocional, pues con cada experiencia el corazón se ablanda. Entramos en casas de extrema pobreza, observamos la falta de agua o electricidad. El contraste de realidades nos vuelve más humildes. Conectar con la gente y sus historias sensibiliza el alma: vemos soledad, compartimos lágrimas, ofrecemos palabras de aliento y oramos con ellos.
Y a pesar de todo ese cansancio, hay algo difícil de explicar… deseas desde lo profundo de tu ser seguir entregándote a la misión, seguir visitando casas, orar por ellos y mostrar interés.
Tal vez, sucede lo que afirma doña María. Es una mujer de edad avanzada, frágil de cuerpo pero de fe inquebrantable. Vive sola con su hijo enfermo, postrado en cama. A pesar de las circunstancias, su mensaje es claro: “A donde yo voy, me encuentra Jesús”.
Misionar con Asunción es preparar el corazón para ofrecer la Palabra y orar en acción. Es vivir la esperanza de una experiencia que transforma. Es saber que “A donde voy, me encuentra Jesús”.
Marlé Uribe
Misionera y Psicopedagoga del Instituto Asunción de Querétaro