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Soy Marytell, tengo 21 años y crecí en la Ciudad de México. Actualmente soy Asociada a la Misión de la Asunción (AMA) en Muisne, una pequeña isla en Ecuador. AMA es un programa de voluntariado de las Religiosas de la Asunción que permite a los jóvenes vivir la espiritualidad de la congregación en una experiencia de servicio. Me gradué del Asunción en 2021, después de haber cursado toda mi vida escolar ahí. Desde 2007, cuando tenía apenas tres años, comencé a conocer a Jesús y a María a través de la luz de Santa María Eugenia, una luz que siempre me ha acompañado. Desde esos primeros momentos, cuando llevábamos flores a la Virgen con la Madre Conso, o hace tres años, cuando di el discurso de la luz en la Coronación de mi generación, hasta este pasado 15 de agosto, en que preparé la torta de la Asunción junto con las hermanas aquí en Ecuador, su espiritualidad ha sido esencial en mi vocación misionera.
En la preparatoria, ya sabía que quería estudiar Economía y en dónde quería hacerlo. Por eso, en la feria de universidades, me di el lujo de acercarme al puesto de AMA. Desde que supe de qué trataba el proyecto, durante el segundo año de prepa, formar parte de él fue una decisión sencilla, casi instintiva: comencé mi formación para ser voluntaria durante un año antes de iniciar la universidad. Aunque me emocionaba la idea, lo veía como algo lejano, sin forma concreta, ni en el plano material ni en mi corazón. Sin embargo, al llegar la pandemia, tuvimos que cancelar todo.
En la preparatoria, ya sabía que quería estudiar Economía y dónde hacerlo. Por eso, en la feria de universidades, me di el lujo de acercarme al puesto de AMA. Desde que supe en qué consistía el proyecto, durante el segundo año de prepa, decidí que quería formar parte de él y comencé a prepararme para irme de voluntaria al terminar el tercer año. La idea era dedicar un año completo al voluntariado, justo después de graduarme y antes de entrar a la universidad. Aunque me emocionaba mucho, lo veía como algo lejano y sin una forma concreta, tanto en el plano material como en mi corazón. Por eso no me devastó cuando, al llegar la pandemia, tuvimos que cancelar todo.
Sin pensarlo demasiado, en agosto de 2021 ingresé a la Universidad Panamericana y me enfoqué en mi futuro como economista. Allí, pude rodearme de un carisma totalmente diferente y conocer facetas de Dios que nunca había explorado. Durante dos años, profundicé en mi fe, pasando de practicar una religión a construir una relación verdadera y personal con Cristo, gracias a las personas que Él puso en mi camino. En esos años desarrollé una vida interna más madura, aunque había descuidado la fe misionera que antes conocía. Como economista y como católica, siempre me ha entusiasmado entender y resolver los problemas del mundo, pero durante estos dos años, no me encarné en ellos.
Esa inquietud creció hasta que decidí contactar a la Madre Carmen, quien me había orientado en mi primer intento de ser voluntaria y siempre había sido un modelo a seguir en mi camino de fe. Con ella, logré armonizar esta fe nueva y profunda con la visión del mundo que antes había aprendido de Santa María Eugenia de Jesús. Fue entonces cuando el Espíritu me llamó con más fuerza a retomar mi vocación misionera, y comencé nuevamente mi proceso para ser AMA. Sé que este llamado no proviene solo de mí, pues llenó mi corazón de una forma tan natural y clara que todo se dio para que pudiera vivir esta experiencia.
Aquí en Muisne, las hermanas se dedican a acompañar a cada corazón que encuentran, y durante estos meses he podido contribuir a esa misión. Las carencias materiales son muy evidentes, pero la mayor pobreza aquí es la espiritual. Recientemente, le dije a un niño de cinco años: "Te quiero mucho, Thiago", y su respuesta me rompió el corazón: "¿Pero por qué?". En ese instante, sentí que se revelaba ante mí la necesidad más profunda de la misión: las personas aquí no se sienten amadas. Los ancianos son abandonados, los niños llegan a la escuela con golpes, y los matrimonios duran apenas unos años. Si los muisneños no se saben amados en sus propias familias, mucho menos podrán saberse amados por el creador de todos los deseos de su corazón: Jesús.
Madre Mayi describe la misión en Muisne como construida sobre arena: a veces parece que una ola se lleva todo, pero algo siempre queda. Tal vez eso es un niño que aprendió a tirar la basura en su lugar, un anciano que sonríe al recibir una visita, o un joven que se me acerca para decirme que él también quiere ser misionero algún día. Por eso, las hermanas y yo sentimos a Santa María Eugenia recordándonos cada día que ninguno de nuestros esfuerzos debe ser el último y que esta isla, también, es un lugar de gloria para Dios.
Confieso que extraño mucho mi vida en México, y al llegar aquí temía que al regresar nada fuera igual. Hoy veo que esos temores se han cumplido, pero, aunque me incomoda, sé que es algo bueno. Las experiencias aquí me han enseñado que no debo volver a ser la misma de antes y es normal que mi mundo tampoco lo sea. Aunque mi misión en Ecuador termine, el llamado a extender el Reino permanece. Tengo que asegurarme de que mi vida en México esté alineada con ello, y Jesús sabía que debía traerme hasta aquí para que comprendiera esto. Aunque me pone nerviosa el futuro, algo tengo claro: todo viene de Jesucristo, todo es de Jesucristo y todo es para Jesucristo, incluyendo mi vida.
Autor: Marytell Arciniega Castellanos (Generación 2021, Instituto Asunción de México, Águilas)
Original: Castellano