En la vida cotidiana, el silencio suele percibirse como la ausencia de ruido o de palabras procedentes del exterior. Sin embargo, puede convertirse en un espacio sagrado donde interiorizamos la Palabra de Dios, así como la palabra de los demás y la nuestra propia; un lugar habitado por la contemplación, que nos introduce en una relación más íntima con Dios.
En el mundo en el que vivimos, el ruido constante adquiere cada vez mayor protagonismo. Por ello, el silencio se presenta como una verdadera práctica espiritual, una fuente de descanso profundo y un medio para revelar lo que llevamos en nuestro interior.
En la Biblia, cuando Dios se manifiesta a Elías, se suceden varios ruidos —el viento, el trueno, el terremoto, el fuego—, pero Dios no le habla en ellos, sino en la “brisa suave”, en el silencio. El Salmo 46,11 nos invita: «Quedaos quietos y sabed que yo soy Dios». Hacer silencio es depositar nuestras cargas y abandonarnos a la soberanía de Dios. Es en ese silencio interior donde podemos escuchar su voz, acoger su paz y dejar que fluya en nosotros el agua viva prometida por Cristo.
Esta experiencia la vivimos cuando nos apartamos de la ciudad o de nuestros barrios para retirarnos a un lugar silencioso y sereno, y así tomar una pausa con Dios —ya sea en una jornada de retiro, un día de desierto, un tiempo de peregrinación— con el fin de renovar nuestros lazos con Él, con los demás y, sobre todo, con nosotros mismos.
Tanto para las religiosas como para los laicos comprometidos con la vida de la Iglesia, la práctica del silencio favorece que demos la palabra a Dios y nos mantengamos a su escucha, como dice el canto: «Escucha la voz del Señor, presta el oído de tu corazón…». Dios siempre tiene algo que decirnos, pero esto requiere descanso, silencio… silencio verdadero. La meditación, la oración silenciosa y la contemplación son medios para entrar en esta actitud humana y espiritual.
En esta disposición recogemos muchos frutos: serenidad, celo para vivir nuestra misión y nuestra vida con Dios, y la capacidad de verlo todo en Él, con abandono y amor. El silencio nos aporta un gran bien; no debemos temerlo.
Hermana Léonie de la Eucaristía
Provincia de Madagascar