Frédéric CHERY
“Cogito ergo sum”. Con estas palabras, Descartes afirmó, en el siglo XVI, que ciertamente existe en tanto sujeto pensante. Pero si el pensamiento puede probar la existencia del ser, ¿qué debemos pensar de estos sistemas que hoy parecen reproducirlo? ¿Deberíamos temerles? ¿Te sientes compitiendo con una nueva especie que podría amenazar la nuestra? ¿O deberíamos simplemente integrarla como hemos hecho con tantas otras innovaciones tecnológicas? El debate está ahí y genera curiosidad, miedo, entusiasmo, sospecha y esperanza...
La voluntad de copiar al ser humanos no es nueva, debemos considerar que la Inteligencia Artificial (IA) llegó oficialmente al mundo en 1956 durante una conferencia en Dartmouth. En esta ocasión, John McCarthy, Marvin Minsky, Nathaniel Rochester y Claude Shannon propusieron que "todos los aspectos del aprendizaje o cualquier otra característica de la inteligencia pueden, en principio, describirse con tanta precisión que se podría construir una máquina para simularlos". Por lo tanto, la Inteligencia Artificial es fruto de la colaboración entre ciencia e ingeniería, juntas han creado máquinas capaces de simular la inteligencia humana, incluyendo el aprendizaje, la comprensión del lenguaje y la resolución de problemas. Poco a poco, la IA se vuelve cada vez más eficiente y cada vez se integra más en nuestra vida cotidiana. Hoy en día, la simulación de la inteligencia es tan realista que a veces resulta complicado diferenciar lo artificial de lo real. El tren de la IA está en marcha, ¿te subirás a él?
Platón, en su diálogo "Fedro", evoca una profunda crítica a la escritura, a través de la voz de Sócrates, que relata un mito egipcio. En este mito, el dios Thoth presenta la invención de la escritura al rey Thamous, ensalzándola como una cura para el olvido y un medio para aumentar la sabiduría. Sin embargo, el rey Thamous no está convencido y critica la escritura por motivos que reflejan las preocupaciones del propio Platón.
En resumen, a Platón le preocupaba que la escritura pudiera disminuir la capacidad de los individuos para memorizar, pensar y comprender profundamente los temas, lo que conduciría a una dependencia excesiva de la información externa y debilitaría la sabiduría interna. Esta perspectiva refleja una tensión más amplia entre las tecnologías de la comunicación y cómo influyen en la cognición y la sociedad, un debate que persiste en la era digital...
Hoy sabemos que la invención de la escritura revolucionó la transmisión del conocimiento, permitiendo la conservación y difusión de ideas a través del tiempo y el espacio, y asentando las bases de las civilizaciones al facilitar la creación de sistemas jurídicos, educativos y gubernamentales. También transformó el pensamiento humano, favoreciendo el desarrollo del análisis crítico, la abstracción y la planificación a largo plazo. La invención de la escritura también contribuyó a una disminución de la memoria y las habilidades de oratoria, y los individuos dependían más de los textos escritos que de la transmisión oral y la memorización de conocimientos. También ha acentuado las desigualdades sociales, creando una brecha entre las personas alfabetizadas, capaces de acceder y controlar la información, y las que no, reforzando así las estructuras de poder existentes.
Como cualquier desarrollo tecnológico, la escritura ha generado cosas buenas y malas. ¿Pero es realmente la escritura la que dicta su ley? ¿No es más bien nuestro uso de la escritura lo que ha conducido tanto al bien como al mal? La tecnología nos ha dado una herramienta y no podemos eximirnos de nuestra responsabilidad en su uso.
En realidad, lo que la IA cuestiona no es tanto su naturaleza sino la nuestra. Es nuestra conciencia la que nos alarma no en relación con el potencial de esta tecnología, sino sobre nuestra humanidad y lo que el ser humano puede hacer con ella. La IA es solo un procesamiento matemático de datos, una poderosa herramienta de metaanálisis que no tiene conciencia de lo que produce. Hacerlo responsable de nuestras faltas es sin duda ya un síntoma de una pérdida de valores éticos y morales en nuestras sociedades.
Los principales temores relacionados con la IA nos remiten en realidad a nuestras propias capacidades para actuar en un contexto ético y moral. La pérdida de empleo, el aumento de las desigualdades, la pérdida de control, la seguridad, el impacto en la cognición y las relaciones cuestionan la distribución de la riqueza, la libertad, el mantenimiento de la dignidad, el intercambio de conocimientos, la igualdad... Al culpar de esto a la IA encontramos un chivo expiatorio ideal. Somos víctimas de la herramienta. Es como un conductor que emprende acciones legales contra su automóvil después de sufrir un accidente. Seamos honestos, lo que esperamos o tememos de la IA, no hemos esperado para hacerlo.
El Papa Francisco ha subrayado la importancia de desarrollar la inteligencia artificial (IA) priorizando el bien común. Introdujo el concepto de “algo-ética” para promover el uso ético de la IA, insistiendo en que esta tecnología debería servir para mejorar la dignidad de la vida humana, no para degradarla. También animó a los cristianos a formarse sobre la IA según los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, con miras a contribuir positivamente al futuro de la humanidad.
El necesario amar nuestro tiempo y pensar ampliamente para preparar a las nuevas generaciones para los dominios del mañana como es el ingeniero inmediato[1]. Más que nunca, gracias a la IA, entendemos la importancia de la formación integral del individuo. El aspecto técnico nos conduce a territorios estériles cuando no se fundamenta en una reflexión ética y moral. Si se guía por principios éticos, puede ser una poderosa palanca para transformar la sociedad.
La IA se puede automatizar para realizar determinadas tareas administrativas. Esto puede facilitar la implementación de proyectos de servicio y participación comunitaria, incluso el que se ve obstaculizado por la falta de tiempo o conocimiento. Gapsquare[2] utiliza la IA para garantizar la equidad salarial teniendo en cuenta el género, la discapacidad y el origen étnico. En el sector de la salud, los estudios han demostrado que la IA puede evaluar el riesgo de que los pacientes de minorías no se presenten a sus citas médicas, lo que permite a los hospitales ofrecer soluciones específicas como la telemedicina para reducir su tasa de ausencia. Además, la IA puede promover el acceso al conocimiento de los estudiantes desfavorecidos o de quienes viven en zonas remotas, proporcionándoles recursos y materiales de aprendizaje en línea. Esta democratización del acceso a la educación es esencial para lograr la visión de una sociedad transformada y más equitativa.
Nuestra sociedad está en transformación y nosotros debemos ser sus actores. Debemos formar mujeres y hombres que puedan actuar con fe. Cualesquiera que sean nuestras reservas, el tren de la IA está en marcha y debemos ampliar nuestra inteligencia no sólo para tomarlo, sino también para participar en su conducción.
[1]El ingeniero inmediato, o de consulta, es un profesional especializado en formular consultas precisas para IA generativa, como ChatGPT o Midjourney. Su función es optimizar estas herramientas para producir resultados específicos y relevantes según las necesidades. Este rol requiere sólidas habilidades de lenguaje natural, comprensión de los modelos de IA y capacidad para trabajar de forma independiente mientras colabora con otros equipos. La formación aún no está muy formalizada, siendo muchas veces el aprendizaje autodidacta.
[2]Gapsquare es una plataforma desarrollada por la Dra. Zara Nanu en el Reino Unido, que analiza los salarios de los empleados teniendo en cuenta datos sobre género, etnia y discapacidad, entre otros. El objetivo es transformar el sistema en una herramienta para una mayor justicia social en el lugar de trabajo, evitando que la IA siga discriminando a las trabajadoras en términos de contratación y salario.