No hay mejor espacio que la familia para desplegar todo nuestro ser. Es un espacio del amor encarnado de Jesús en cada miembro y a cada momento.
Déjame platicarte; soy esposa y madre de tres hijos. Mi esposo y yo hemos construido familia por 35 años. ¿Hemos enfrentado dificultades? Sí ¿Ha habido retos? También ¿Hemos celebrado alegrías y logros? Por supuesto. ¿Hemos transitado duelos profundos? Claro. Todo ello es y ha sido bendición. Cada día renovamos el ser familia y lo hacemos porque la familia es un acto de amor que se construye con voluntad diariamente. ¿Familia tradicional? ¿Familia nuclear? ¿Familia diversa? ¿Familia reconstituida? Es lo menos importante; sin importar la cantidad de miembros, ni su composición, ser familia implica tener todos tus sentidos abiertos al otro, con quien compartes la vida. No es posible ser familia desde la autorreferencia, el egoísmo, la individualidad. Sólo hay familia a través de los lazos afectivos que nos movilizan hacia las necesidades de cada miembro y hacia las necesidades comunes.
Lo cotidiano se vuelve extraordinario porque tienes a quien darle y quien te da los buenos días y buenas noches; tienes con quien compartir los espacios, el pan de cada día (y las prisas también); porque al final de la jornada regresas a tu lugar de paz. Estás pendiente de lo que cada quien está viviendo desde donde le toca vivirlo; respetas y acompañas; te respetan y te acompañan. En familia, cuidas de ti mismo, de los demás, de tu entorno y de tu vida espiritual. En este cuidado mutuo la familia te protege frente a los vaivenes, frente a los riesgos de querer evadir la realidad. Gozas y sufres porque eres familia.
Todos los días sin excepción, en mi familia, nos decimos lo mucho que nos amamos; estamos comunicados no por obligación sino por convicción. El tejido entre nosotros nos sostiene. Es la luz que nos guía frente a la incertidumbre sociopolítica y económica que vivimos. Ser cariñosos entre nosotros es fundamental así como tener mucho sentido del humor para reír y no engancharnos con esas situaciones de roce que pueden darse en cualquier momento; con diálogo y disposición pueden resolverse y así no escalan hasta convertirse en violencia (dejarnos de hablar, insultarnos, maltratarnos, etc.)
Oramos en familia, nos damos la bendición y vamos juntos a la Eucaristía (si no van los hijos vamos mi esposo y yo) no por mochilería ni por devocionismo vacío; vamos con esta convicción de que necesitamos Su presencia amorosa, el influjo de Su Espíritu, para vivir en armonía. El esfuerzo de cada miembro por mantener el diálogo es el vehículo indispensable para mantener la unidad.
Las transformaciones experimentadas por los tiempos actuales no modifican los valores fundamentales de una familia: comunicación, respeto, compromiso, alegría, sentido del humor, cercanía, escucha, empatía, diálogo, confianza, verdad, espiritualidad.
Mucho se ha dicho sobre la familia cuestionando su valor y su vigencia. En este día en que la celebramos reconozcamos que todos, sin excepción la necesitamos. Los invito a bendecirla y reconocerla como espacio sagrado.
Lourdes Canales
Coordinadora de EnREDaLA (Red Latinoamericana de Escuelas Asunción)
Instituto Asunción de México