Descubre cómo la Natividad de María (8 de septiembre) nos invita a un nuevo comienzo: cuidar la creación, educar con amor, sanar relaciones, inspiradas por la espiritualidad de la Asunción y fundamentadas en la liturgia y la tradición.
El 8 de septiembre celebramos en la Iglesia católica la Natividad de la Santísima Virgen María, una de las tres solemnidades de nacimiento que el calendario litúrgico honra — junto a las de Jesús (25 de diciembre) y Juan el Bautista (24 de junio). Este día representa el amanecer del plan de salvación, pues el nacimiento de María prepara el terreno para la Encarnación de Cristo.
La liturgia oriental canta que este día es el preludio de la alegría universal, el viento que anuncia la llegada de la salvación. Desde Oriente ya se celebraba en el siglo VI, y en Occidente fue introducida en el siglo VII; San Andrés de Creta la llamó “el principio de las festividades”, y teólogos como San Juan Damasceno la vieron como el día en que la aflicción de Eva se torna alegría.
El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC 489) afirma que "la misión de María está inseparablemente unida a la de su Hijo; es la preparación a la venida de Cristo y a su salvación". El nacimiento de María pone fin al tiempo de espera del Antiguo Testamento y abre la era de la gracia. San Agustín describe la naturaleza, renovada en ella, como un lirio florecido en el valle.
El nacimiento de María no solo marca un momento histórico, sino una invitación continua a renovar la vida desde la fe. ¿Cómo podemos, como madres, educadoras o cuidadoras de la creación, vivir este don como un nuevo comienzo?
Cuidar de la creación Así como María nació para acoger a Aquel que es la Nueva Creación, podemos comprometernos a cuidar nuestro entorno: reducir plásticos, plantar un huerto, enseñarle a nuestros hijos que la Tierra también es regalo y misión.
Educar Inspiradas por el querer de Dios y por la espiritualidad de la Asunción, fomentemos en nuestros estudiantes una educación con seriedad y alegría: amor al estudio, compromiso con justicia, libertad responsable y plenitud de ser (Assumpta).
Reconciliación y cercanía María nos enseña la cercanía y la compasión; su nacimiento nos inspira a acercarnos a esa hermana, amiga o familiar distanciada, con un gesto amable, una llamada, un perdón que renueve la familia y la comunidad.
La espiritualidad de la Asunción, heredada de Santa María Eugenia, nos invita a un desprendimiento gozoso: aceptar lo que nos sucede con confianza en Dios, trascender lo que nos ata, vivir lo cotidiano como manifestación del Reino (Assumpta). El educador, en esta visión, es un testigo gozoso del amor, es quien ilumina, despierta y acompaña con alegría, creando ambientes donde el aprendizaje es vida compartida (Assumpta).
Aunque los Evangelios no relatan el nacimiento de María ni los nombres de sus padres, la tradición nos transmite a San Joaquín y Santa Ana como sus progenitores y remite al Protoevangelio de Santiago (siglo II) (Assumpta).
La celebración litúrgica del 8 de septiembre está estratégicamente ubicada nueve meses después de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre), en una perspectiva litúrgica que articula los misterios de María.
Los Papas modernos describen la festividad como un “amanecer” que prepara la Encarnación del Salvador, la raíz de nuestra esperanza
Hoy, 8 de septiembre, celebremos la Natividad de la Virgen María como un llamado a vivir renovadas, como comunidad, familia y generación. Que su nacimiento nos inspire a cuidar la Creación, educar con lazo de amor y reconciliación, y abrazar la espiritualidad de la Asunción: donde hay desprendimiento, florece la alegría. María, raíz de nuestra alegría, que nos lleve a vivir con fe creadora y corazón trovador del Reino.
Almudena de la Torre
Equipo de Comunicación