La tarea de la traducción consiste en preservar y transmitir el sentido entre diferentes culturas y, de este modo, favorecer la comunión. En la Asunción, esto significa ayudar a las distintas partes de la Congregación a conocerse y comprenderse —y por lo tanto valorarse— en las diversas realidades en las que vivimos y en las múltiples formas en que trabajamos para hacer presente el Reino. De esta manera se concreta el deseo de María Eugenia de que las hermanas tuvieran una fe abierta al mundo.
El contexto es esencial. Muchos de nosotros hemos experimentado cómo unas mismas palabras, pronunciadas en momentos o contextos diferentes, no siempre tienen el mismo significado. O puede que sea la perspectiva de quien habla lo que lo cambie todo. Por ejemplo, en la Asunción hablamos de la “periferia”. Una traducción secular podría dar: margen, borde, frontera, límite, periferia, entre otros. Sin embargo, nuestra visión del mundo exige que esa palabra se mantenga como “periferia” en cualquier lengua a la que se traduzca, para que el lector pueda comprender plenamente lo que se quiere expresar. Esto impone al traductor el gran deber de ser lo más consciente posible de las creencias e ideas que han dado forma a lo que se dice.
Como traductora del francés al inglés, debo tener en cuenta también a los distintos lectores. Algunos usan inglés estadounidense, otros inglés británico. No son lo mismo. Se puede tener una misma palabra con significados diferentes, o un mismo significado que necesita expresarse con palabras distintas. Mi tarea es encontrar fórmulas que puedan ser entendidas por ambos grupos de lectores. Si la traducción es fiel a su propósito, hacer posible que personas diferentes tengan una misma comprensión es un trabajo apostólico fundamental. Vivimos en un mundo marcado por tantas divisiones, algunas de las cuales aparecen porque creemos estar diciendo lo mismo cuando, en realidad, no lo estamos. Una mala traducción puede agravar estas divisiones; una buena traducción puede ser un momento decisivo de entendimiento intercultural.
La evangelización siempre ha tenido que enfrentarse a este desafío. Desde el inicio, san Pablo tuvo que traducir palabras, conceptos y prácticas de un contexto judío a uno gentil, de una cosmovisión hebrea a una griega. San Jerónimo tuvo que traducir toda la Biblia al latín, porque entonces era la lengua común. Existen muchos ejemplos de misioneros que han traducido la Buena Noticia a nuevas formas, como los jesuitas en China y Japón. Y dado que la lengua cambia con el tiempo, siempre se necesitan nuevas traducciones: el trabajo del equipo de Archivos al retraducir los escritos de María Eugenia es un ejemplo.
La foto que acompaña a este artículo es lo que veo desde mi ventana. Ahora las hojas se vuelven amarillas en otoño. Al igual que la lengua, los árboles cambian con el tiempo. Ambos son inmensamente fuertes, pero también frágiles, nuevamente como el lenguaje. Nuestra misión en la Asunción es nutrir las raíces de la fe y de la comprensión para que el cambio signifique crecimiento y no decadencia. La traducción es una pequeña, pero importante, contribución a esa tarea.
Hermana Catherine Cowley
Provincia de Europa