Hace tres meses dejé un trabajo que disfrutaba y me jubilé tras cuarenta y cuatro años de ministerio eclesial a tiempo completo: treinta y seis como ministro laico y ocho como diácono. Esta decisión, fruto de un discernimiento en oración y acompañada por una experiencia de treinta y dos semanas de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, se vio motivada en parte por la necesidad de que mi esposa dejara su empleo en el ámbito sanitario debido a un accidente laboral. Ambos pensábamos seguir trabajando algunos años más, pero la vida tomó un rumbo inesperado. No tuvo el dramatismo del llamado de Abraham y Sara en el Génesis 12, pero sentimos que, de alguna manera, también nosotros éramos invitados a «salir… hacia la tierra que yo te mostraré».
Conscientes de que se trataba de una transición importante y deseando vivir este nuevo capítulo con reflexión, decidimos hacer una especie de «año sabático», como hacen nuestros colegas del ámbito académico. Durante un semestre, queríamos sumergirnos en algo distinto a nuestras trayectorias profesionales, que nos permitiera explorar otra dimensión de nuestra fe católica. Pero ¿dónde? Seis años antes, gracias a nuestra amistad con las Religiosas de la Asunción de Worcester (Massachusetts), habíamos pasado una semana en Chaparral (Nuevo México), conociendo su servicio pastoral entre una comunidad mayoritariamente migrante. Aquella visita me inspiró a organizar un viaje anual de inmersión y servicio a Chaparral y a El Paso, Texas, con estudiantes y profesores de la Universidad Assumption, donde yo era director de pastoral universitaria. A lo largo de estos años, visitamos a las Hermanas en Chaparral y a los Agustinos de la Asunción en El Paso, ambos comprometidos en ofrecer refugio temporal a migrantes recién llegados. Al saber que la mayoría de los albergues habían cerrado a comienzos de 2025 por cambios en la política migratoria estadounidense, consultamos con las Hermanas, quienes nos confirmaron que la misión con migrantes seguía viva, aunque de otras formas. Invitados a alojarnos en su casa de voluntarios, Casa Maria Eugenia, emprendimos el viaje desde Worcester hasta Chaparral, donde acabamos de completar dos meses de nuestra estancia de tres. Sin saber bien qué esperar, confiamos en que Dios nos llamaba a «salir… hacia la tierra que yo te mostraré».
Lo que Dios nos ha mostrado, a través de las numerosas invitaciones de las Hermanas, es una comunidad diversa y entregada, capaz de adaptarse con resiliencia para acompañar a los migrantes en un contexto de políticas cambiantes. Hasta hace poco, su labor se centraba principalmente en acoger a solicitantes de asilo recién llegados, a través de una red de veinte albergues coordinados por Annunciation House, una voz profética fundada en 1978 en El Paso. Convencidos de que las reformas migratorias de 2025 contradicen el mensaje bíblico sobre el extranjero y la doctrina social de la Iglesia, esta comunidad ha transformado su decepción y frustración en acciones positivas: abogados y agentes pastorales (entre ellos miembros de las Religiosas de la Asunción de Chaparral) acompañan diariamente a los migrantes antes y después de sus audiencias judiciales; voluntarios toman nota en los tribunales; líderes pastorales visitan y rezan con las personas detenidas; otros participan en oraciones ecuménicas semanales frente al tribunal. Estas iniciativas incluyen también una misa mensual en el desierto, donde se han hallado cuerpos de migrantes fallecidos, ayuda alimentaria y para el alquiler de familias afectadas, una oración interreligiosa mensual en la catedral de El Paso y una misa anual en la frontera entre Estados Unidos y México, copatrocinada por las diócesis de El Paso, Las Cruces y Juárez. Allí, el obispo Mark Seitz recordó recientemente que «ninguna frontera puede arrebatarnos la fraternidad que compartimos».
Tan impresionados como inspirados por la colaboración interreligiosa que presenciamos en la región de El Paso, también aprendimos de la serenidad y el espíritu evangélico con que estos servidores actúan. Las diferencias respecto a la política migratoria no les impiden tratar con respeto y amabilidad a quienes trabajan en los tribunales o en las fuerzas de seguridad, reconociéndolos como hermanos creados a imagen de Dios. Del mismo modo, su desacuerdo con las políticas actuales no les impide recordar a los manifestantes que gritar a los agentes durante una detención suele empeorar la situación de los migrantes. Durante nuestro «sabático», mi esposa y yo participamos junto a las Hermanas de la Asunción en la manifestación «No Kings» en El Paso y aprendimos a responder desde el Evangelio, buscando siempre el bien de los migrantes.
Gracias a la hospitalidad de las Religiosas de la Asunción en Chaparral, nos preparamos para volver a Worcester con un renovado agradecimiento por el compromiso de la Iglesia con los migrantes en este complejo momento político, y con una visión más clara sobre cómo transformar la desilusión en nuevos esfuerzos esperanzadores. Demos gracias a Dios, que nos invitó a «salir… hacia la tierra que yo te mostraré».
Diácono Paul Covino
4 de noviembre de 2025 (versión actualizada el 5 de noviembre de 2025)
El diácono Paul Covino, ordenado en 2017 en la diócesis de Worcester, dedicó cuarenta y cuatro años al ministerio de la liturgia y la pastoral universitaria. Su esposa, Anne, fue enfermera obstetra certificada. Tienen cuatro hijos adultos y dos nietos.