El Espíritu Santo que descendió sobre los apóstoles en Pentecostés dio nacimiento a la Iglesia y les ofreció un nuevo estilo de vida: el de ser testigos del Resucitado. Ese mismo Espíritu de Pentecostés sigue renovando, transformando nuestras vidas y vivificando la Iglesia. En la vida cristiana, el Espíritu Santo ocupa un lugar esencial. Es no solo el vínculo vivo entre el creyente y Dios, sino también el alma de toda transformación interior.
Santa María Eugenia de Jesús, nuestra fundadora, nos ofrece una enseñanza profunda sobre la acción del Espíritu Santo en el corazón de aquel o aquella que desea seguir a Cristo con fidelidad y hacer de Pentecostés un estilo de vida. A través de sus palabras, invita a cada creyente a reconocer la presencia constante de este Espíritu divino, a abrirse a Él con humildad y a dejarse guiar por su luz.
Esto es lo que trato de vivir, poco a poco: dar espacio al Espíritu en mis días, en mis decisiones, en mis relaciones. No siempre es algo espectacular. A veces, incluso, es muy discreto. Pero es ahí donde comienza algo nuevo: una paz interior, una luz inesperada, un paso que no me habría atrevido a dar por mí mismo.
Un estilo de vida que transforma en profundidad
Santa María Eugenia, nuestra fundadora, decía con frecuencia que hay que hacer todas las cosas con Dios. Para ella, el Espíritu Santo era esa presencia viva que nos ayuda a ver con más claridad, a amar mejor, a avanzar con humildad en la luz de Cristo.
En lo concreto del día a día…
En mi vida, esto toma formas muy simples. Algunos ejemplos:
Para Santa María Eugenia, el Espíritu Santo es el guía interior del creyente, quien ilumina la inteligencia y fortalece el corazón. Acompaña cada día a la persona de fe, ayudándola a vivir plenamente los dones recibidos de Cristo. Ella escribe:
«En estos días hay que orar mucho, permanecer en mayor recogimiento e implorar una efusión de este Espíritu de Dios en nuestras almas».
Ese recogimiento, esa apertura del corazón, permite al Espíritu guiar al creyente en la comprensión de las Escrituras y en la práctica de las enseñanzas de Jesús. En efecto, el Espíritu Santo no es una fuerza abstracta, sino una presencia viva que impulsa a encarnar los valores del Evangelio: amor, paz, paciencia, justicia. Como ella lo recuerda:
«Primero está el Espíritu de Dios, es a Él a quien debemos seguir».
Pero para seguir a este Espíritu —y no a nuestros propios impulsos o voluntad—, el discernimiento es esencial. Santa María Eugenia insiste en la importancia de la humildad y de la renuncia a uno mismo, condiciones fundamentales para que el Espíritu Santo pueda actuar plenamente en el alma del creyente:
«Hace falta un gran discernimiento para obedecer al Espíritu de Dios y no al propio espíritu. La obediencia, la humildad, la renuncia a uno mismo ayudan a discernir este Espíritu de Dios de los otros dos espíritus». (12 de agosto de 1881, Espíritu apostólico)
Así, ya sea el creyente un novicio, una persona consagrada, alguien con años de compromiso o simplemente un fiel, el llamado es el mismo: dejarse modelar interiormente por el Espíritu. Como dice también santa María Eugenia:
«Es la señal de un alma en la que el Espíritu de Dios reina de una manera muy especial, porque cuando el alma se humilla, nuestro Señor puede descender en ella». (16 de septiembre de 1877, Colocarse en el último lugar)
En los momentos de prueba, el Espíritu Santo también se manifiesta como consolador, trayendo paz interior y valentía. Él levanta, ilumina, consuela. Solo confiándose plenamente a Él puede el creyente afrontar sus fragilidades:
«Si hay alguien que necesita no apoyarse en sí mismo, son especialmente las superioras. Ellas necesitan, más que nadie, ser gobernadas por el Espíritu de Dios».
Para que esta presencia se haga real y cotidiana, santa María Eugenia propone tres actitudes esenciales:
Ella recuerda también que este don del Espíritu está presente desde los primeros sacramentos del cristiano: «El Espíritu Santo ya estaba en nosotros, puesto que toda la Santa Trinidad descendió a nuestra alma en el bautismo».
A la luz de la enseñanza de santa María Eugenia de Jesús, el creyente está invitado a reconocer que el Espíritu Santo es el aliento de su vida espiritual. Él ilumina, transforma, fortalece, consuela y santifica. Para vivir según Dios no basta con actuar exteriormente: es necesario dejarse guiar interiormente por el Espíritu. Es en la humildad, en la oración y en la apertura del corazón donde esta transformación se vuelve posible.
Así, acogiendo al Espíritu Santo cada día, el creyente descubre una paz y una alegría profundas, una fuerza serena que solo Dios puede ofrecer. Santa María Eugenia nos llama a esta vida interior viva, habitada, guiada… por el Espíritu de Dios.
Sor Yvonne M. Faustine Nyirabazirorera R.A.
Provincia Ruanda-Chad