Domingo XV del Tiempo Ordinario
La liturgia de este Domingo, al leer los tres textos de la Palabra de Dios seguidos, nos deja la impresión de un mensaje de vida que se nos transmite. La Palabra empieza presentándose como lluvia y nieve que caen del cielo y que fecundan la tierra. Es una Palabra que tiene una misión – la de fecundar, germinar, crecer… - en la tierra en la que cae. La tierra ha sido preparada y la palabra cae en ella dándole vida para cuántos se acerquen a ella, la reciban y la acojan. Hay vida para todos pues el sembrador ha sembrado ampliamente.
La Palabra de Dios rompe la lejanía, la acerca al hombre. Hoy la Palabra se nos hace aún más cercana en Jesucristo, la Palabra del Padre. Una Palabra que cumplirá su misión. Cada uno podemos decir qué misión queremos que esta Palabra cumpla en nosotros. Y a cada uno nos toca preparar la tierra para que la Palabra germine en ella.
Toda la creación –nos dice la segunda lectura- está expectante. La familia de los hijos de Dios vivimos en un mundo, en una realidad, en un cosmos… marcados por el dolor, por el desorden, esperando que se manifieste el mundo que Dios quiere para todos. Aspiramos, cada uno a su manera, que se manifieste plenamente lo que Dios quiere que todos seamos en este mundo. Que trabajemos nuestro mundo para que sea el lugar donde viven , donde conviven y se manifiestan los hijos de Dios con toda la capacidad de bien con la que Dios colma. Un don sin medida. Y ello para que el orden querido por Dios se vaya transformando según Su querer. Los trabajos del mundo presente no pesan la gloria que un día se nos descubrirá. Llamada a una vida vivida y entregada con sentido, guiada por una fuerte esperanza.
Esta Palabra que se nos entrega hoy necesita fructificar en un terreno abonado, preparado, cuidado. De ello nos habla la parábola del sembrador, del misterio del Reino . Un misterio que no puede interpretarse con categorías de eficacia sino de una lenta pero continua transformación del creyente. El terreno da a veces respuestas negativas, pero cuando la tierra es fértil, no defrauda. Produce su fruto y un fruto abundante. Lo nuestro es preparar el terreno y sembrar generosamente. Y Dios hará grandes cosas con ello y en nosotros: “ciento o setenta o treinta por uno.” La obra de Dios nos transforma y eso es lo grande.
Sr Cristina María, r.a.Madrid