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Camino de Santiago, hospitalidad y belleza

C eventDomingo, 27 Julio 2025

Abordar el Camino de Santiago como tema principal de estas líneas, sin haberlo recorrido personalmente implica compartir la motivación que me lleva a reflexionar sobre él, y a hacerlo protagonista de mi reflexión.

Yo no he hecho nunca el Camino; no he sentido la emoción de llegar a Santiago. Mi cuerpo no se ha resentido por el rigor y la ascesis de caminar con sol y lluvia por caminos milenarios. Tampoco he escuchado en primera persona las historias que mueven a personas de todo el mundo a hacer el Camino. Sin embargo, sí que he podido observar desde bien pequeña a hombres y mujeres cargados con mochilas apoyados en sus bastones transitar por mi ciudad, Astorga, para emprender la parte del Camino que abandona la Maragatería y sube al Bierzo. Conozco a un adolescente que ha dedicado buena parte de sus veranos a enseñar la ermita de su pueblo a los peregrinos. ¡Es una joya del románico en un pueblo pequeño y perdido en medio de un valle entreverado de montañas y naturaleza! Veo, en mis calles, como la gente se desvive en responder a las preguntas de los peregrinos. He podido maravillarme al ver el asombro de los peregrinos ante la belleza de la piedra blanca y del juego de luces de colores que supone visitar por dentro y por fuera la catedral de León. Me emociona sentir el silencio orante y la reverencia ante el cuerpo de Cristo de los peregrinos en la eucaristía de la Real Basílica de san Isidoro en León. Por eso, quiero escribir acerca del Camino desde dos palabras: hospitalidad y belleza fraguadas en el transcurrir de la Historia.

Oh, muy digno y muy santo Apóstol [Santiago], dorada cabeza refulgente de Hispania, defensor poderoso y patrón especialísimo asiste piadoso a la grey que te ha sido encomendada”[1]. Estos versos pertenecen a un himno del reino asturiano O Dei Verbum, que data de finales del siglo VIII. Evidencia que Santiago, el patrón Santiago, está presente en nuestra historia. Historia que le reconoce como protector y patrono. 

El Camino es un buen lugar, un conjunto de lugares, para que la Vía de la Belleza acerque al peregrino a la fe, facilitando el encuentro con Cristo[2]. Hoy día las motivaciones de algunos peregrinos no son religiosas, pero no resulta pretencioso decir que el Camino está lleno de lugares que hablan de la creación, de la naturaleza y de la creación del hombre para alabar a Dios a través de catedrales, iglesias, monasterios, basílicas o minúsculas ermitas. No podemos desdeñar cómo la experiencia estética puede llevar a una comprensión más profunda de la revelación divina, teniendo en cuenta que la belleza es una vía que conduce a Dios, Verdad primera y Bien supremo. La belleza tiene un poder de atracción que suscita admiración; puede ayudar a superar la indiferencia y el escepticismo. Ante la contemplación de cualquier obra de arte, creada por manos humanas, puede surgir la pregunta por el sentido de la vida. Ante la belleza de un sol que nace de lo alto puede surgir la pregunta en el corazón del caminante, ¿por qué camino?, ¿para qué quiero llegar a Santiago?

Los peregrinos, venidos de todos los lugares del mundo, están fuera de sus lugares de origen. Los peregrinos que caminan para llegar a Santiago y atravesar el Pórtico de la Gloria, son una buena metáfora del caminar del hombre por la tierra que camina anhelando la morada celestial, que anhela descansar en Dios, vivir en la casa del Señor por años sin término. Por tanto, no olvidéis la hospitalidad, por la cual algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles. (Heb 13,2). El Camino refleja, y también lo ha hecho a lo largo de su historia, la hospitalidad. La hospitalidad está ligada al ejercicio de atención con extraños, enemigos, forasteros, extranjeros, desconocidos. No es privativa del cristianismo y se comparte con otras religiones y diversos ámbitos geográficos y culturales[3]. Esta virtud no se olvida en el Camino. A partir del siglo XI se crearon hospitales y albergues para acoger, dar protección y curar a los huéspedes viajeros. Algunos de ellos contaban con sacerdotes que conocían otras lenguas para poder impartir los sacramentos a los moribundos. La hospitalidad es el bordón que ayuda a sortear las dificultades geográficas y climatológicas del Camino.

Me enorgullece recordar la historia de la senda jacobea. En Finis Terrae, Compostela se convirtió en lugar de peregrinación. Los Santos Lugares comenzaron a tener graves problemas de seguridad por el surgimiento del islam y su posterior asentamiento y dominio del Próximo Oriente. En el siglo IX el sepulcro del apóstol Santiago pasó a ser un nuevo lugar de peregrinación para los cristianos. Santiago pasa a ser lugar santo junto con Jerusalén y Roma.

¡Santiago y cierra, España! Era el grito que invocaban, siglos pasados, las tropas españolas en miles de combates. Lo traigo aquí para significar que hoy el nombre de nuestro querido patrón no nos cierra en nosotros mismos ante la adversidad. Hoy invocar a Santiago, llegar hasta él y abrazarlo, abre España al mundo, el Camino de Santiago es Patrimonio de la Humanidad. Que Hospitalidad y Belleza encarnadas a lo largo del Camino de Santiago sean, puedan ser, dos palabras henchidas de sentido en nuestros días necesitados de paz y de fraternidad. 

Ana Alonso RA

 

[1]https://xacopedia.com/O_Dei_verbum. Página web consultada el 27-6-25.

[2]http://www.cultura.va/content/cultura/es/pub/documenti/ViaPulchritudinis.html. Página web consultada el 26-7-25.

[3]Cavero Domínguez, Gregoria. Universidad de León. “Hospitalidad: albergar y proteger”. P. 2. Agradezco a Goyita (Gregoria) su idea y material para escribir este texto.