Leer la homilía del arzobispo de París, monseñor Laurent Ulrich
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Muchas personas llegaron a nuestra capilla cuando seguía el Señor expuesto en adoración. El silencio nos ayudaba a prepararnos para lo que íbamos a celebrar. No pocos aprovecharon para realizar una lectura meditativa y orante del mensaje que la hermana Rekha Chennattu, nuestra superiora general, escribió para la ocasión.
Según se llenaba la capilla de religiosos de diferentes congregaciones, de amigos de la comunidad y de feligreses de la parroquia de la Asunción de Passy, pudimos comenzar un breve ensayo de cantos para una celebración donde las melodías, instrumentos y danzas de diferentes continentes iban a estar presentes.
La celebración estuvo presidida por el arzobispo de París, monseñor Laurent Ulrich, en cuya homilía recordó el papel fundamental de santa María Eugenia en la educación y en la construcción de una sociedad basada en los valores del Evangelio. Destacó cómo su vocación nació de una profunda experiencia de Dios y de la escucha de la predicación del padre Lacordaire en Notre-Dame de París. Recordó que por esta razón su reliquia se encuentra en el nuevo altar de la Catedral de París. También subrayó el sentido central de las lecturas del día, resaltando la importancia de ser colaboradores de Dios, portadores de esperanza y constructores de un mundo más justo y fraterno.
La liturgia se vivió con gran fervor, enriquecida por la diversidad de lenguas y culturas representadas en la asamblea. Los cantos, cuidadosamente preparados, ayudaron a expresar la alegría y la comunión de quienes seguimos hoy el carisma de santa María Eugenia.
Las certezas que Madre María Eugenia comunicó al padre Lacordaire en una carta de 1841, inspiraron las preces de intercesión.
Tras la celebración, compartimos un bufet en el cual se prolongó la fraternidad vivida en la eucaristía. Fue un momento de encuentro, de gratitud y de intercambio entre hermanas y laicos que, desde distintos lugares del mundo, caminamos juntos en esta misión.
Así concluyó nuestra celebración, con la certeza de que el legado de santa María Eugenia sigue vivo y nos impulsa a ser signos de esperanza en el mundo de hoy.
Inspirados por las palabras de Madre María Eugenia (Lettre de Marie Eugenie au père Lacordaire (1841) cf. Origines 1 – Partie II. Chapitre XI.), oremos con confianza y compromiso. Abramos nuestro corazón a las necesidades del mundo y presentemos nuestras súplicas al Señor cantando:
«Dona nobis pacem, Domine».
Lector 1: «Creo que estamos aquí precisamente para trabajar en la venida del Reino de nuestro Padre celestial sobre nosotros y sobre los demás». Lector 2: Señor, en este tiempo de violencia y división, te pedimos por la paz en el mundo. Que nuestros esfuerzos, nuestras oraciones y nuestro compromiso contribuyan a la llegada de tu Reino de amor y justicia.
Lector 1: «Me cuesta escuchar que la tierra sea llamada un lugar de exilio; la considero un lugar de gloria para Dios». Lector 2: Señor, al iniciar el Año Jubilar, concede a tu Iglesia ser un signo de esperanza para el mundo. Que sepamos reconocer tu presencia en el corazón de nuestras vidas y dar testimonio de tu gloria.
Lector 1: «Creo que Jesucristo nos ha liberado del pasado con su sacrificio, para dejarnos libres de trabajar en la realización de la palabra divina que vino a traer». Lector 2: Señor, te encomendamos al papa Francisco en su enfermedad. Sosténlo con tu fuerza y tu paz, y dale el aliento necesario para continuar su misión al servicio de tu Evangelio.
Lector 1: «Dar a conocer a Jesucristo, liberador y rey del mundo; enseñar que todo le pertenece, que, presente en nuestras almas por la vida de su gracia, quiere obrar en cada uno de nosotros para la gran obra de su Reino». Lector 2: Señor, bendice la misión de toda la familia de la Asunción, para que nuestras acciones y nuestro testimonio contribuyan a la transformación del mundo según el espíritu del Evangelio.
Lector 1: «Creo que cada uno de nosotros tiene una misión en la tierra […] sin preocuparse más que de cumplir todo aquello para lo que nos ha destinado, y dejando en sus manos todo éxito en el tiempo y en la eternidad». Lector 2: Señor, te pedimos por nosotros, reunidos para celebrar la Eucaristía. Enséñanos a abandonarnos en ti con confianza, a acoger tu misterio con un corazón abierto y a dejarnos transformar por tu presencia viva.