Misa en la Fiesta de Santa María Eugenia de Jesús, fundadora de las Religiosas de la Asunción, en la capilla de las Hermanas de la Asunción (16º).
Is 62,2B-4; Sal 83; 1 Co 3,7-11; Jn 15,9-17
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Al celebrar hoy a Santa María Eugenia, quiero recordar, como sin duda hacen también ustedes, que una reliquia de Santa María Eugenia se encuentra en el altar recientemente consagrado de Notre-Dame de París. Esto hace evidentemente alusión al hecho de que Santa María Eugenia encontró en Notre-Dame, al escuchar al padre Lacordaire, su vocación, el camino por el que luego marcharía a lo largo de su vida. Y, por supuesto, es este aspecto el que nos guía esta tarde: el hecho de haber escuchado muy claramente una llamada a abrir un nuevo camino religioso, una nueva forma de consagración, y haber pensado al mismo tiempo que su misión se ejercería principalmente en el ámbito de la educación, ya que era un tema fundamental. Lo es de siglo en siglo, pero, en particular en Francia en aquel momento, era un aspecto clave del desarrollo de la humanidad, del desarrollo humano. Era algo que debía fomentarse, con el propósito de hacer crecer a las personas en el Señor, hacia el Reino de Dios, y que la participación de las hermanas y de todas aquellas a quienes pudieran ofrecer esta educación sería como un anticipo de su participación en la vida de la sociedad, para hacerla mejor y permitirle desarrollarse según el deseo del Señor para la vida social y humana de cada uno y cada una.
Y al querer meditar sobre este misterio de la vocación de Sor María Eugenia, me parece hermoso destacar algunos puntos, en las lecturas que acabamos de escuchar, que contribuyen a esta reflexión, a esta meditación sobre la vocación y que nos permiten aprender de la vida de Santa María Eugenia.
En primer lugar, en el libro de Isaías, lo que más me ha impactado esta tarde al meditar sobre este texto antes de venir, es la conjugación de los verbos en futuro: «Te llamarán... Serás una espléndida corona... No te llamarán abandonada... sino que te llamarán mi favorita... y a tu tierra « desposada». Todo un proyecto de vida confiado por el mismo Señor. Es Él quien hace esta promesa, y Santa María Eugenia entendió bien que esta promesa le era dirigida a ella, pero que, al dirigirse a ella, también se dirigía a todo el pueblo de Dios. Porque no se trata simplemente de la relación de nuestro Dios y Padre con una persona, sino, a través de ella, con todo un pueblo. Es una apertura maravillosa. Hoy el Señor te dice: «Tú serás mi desposada», y se lo dice a una persona, aquella a quien honramos hoy, pero también a todas las personas a quienes alcanzará su vocación. Ella será el origen de una nueva alianza; será el origen del desarrollo de la Alianza eterna que Dios hace con la humanidad en Jesucristo. Este futuro, que está tan presente en este texto, es una indicación poderosa. Dios es siempre el Dios de una promesa que cumple y cumplirá. Él desea hacer alianza, y lo hace realmente.
Esto continúa en la Carta a los Corintios: «El que planta no cuenta, ni el que riega». Por supuesto, en este contexto, significa que es cierto, bueno y necesario que los discípulos del Señor trabajen, pero que ese trabajo no existiría ni tendría ninguna eficacia si no estuviera aquel que da el crecimiento. Y, una vez más, el crecimiento indica lo que vendrá, el crecimiento señala la promesa: la promesa de los frutos, la promesa de lo que sucederá cuando acojamos la Palabra del Señor, cuando nos pongamos en su escuela, cuando dejemos que se desarrolle lo que Él ha querido y prometido.
Se podría continuar largamente sobre este tema de la promesa y de los frutos, y el Evangelio no dejará de hacerlo después, pero quiero destacar otra cosa en estos textos. Es la diversidad de nombres con los que se designa a los discípulos del Señor.
En la Carta a los Corintios, se dice que somos «colaboradores» del Señor, «colaboradores de Dios». También se nos llama la «casa» que Dios construye. Estas palabras no son insignificantes cuando las relacionamos con una fundadora. Ser colaboradores y colaboradoras de Dios en ese grado, ser la casa donde se cobijarán generaciones –y esto es lo que sucede a través de la misión de Santa María Eugenia–, no es poca cosa. Ser colaboradores, casa, y, por supuesto, esos cimientos que se ponen para que otros continúen la construcción, todo ello forma una imagen admirable que traduce todo el trabajo realizado por Santa María Eugenia, pero también por ustedes, que continúan asociando a más personas y acogiendo en su casa, bien fundamentada sobre el único cimiento que vale la pena, que es Jesucristo.
Pero en el Evangelio de hoy encontramos también otros nombres para los discípulos del Señor: el nombre de «servidor». Por supuesto, como dice el evangelista Lucas, somos «sencillos servidores». Hemos sido llamados a servir en una misión y a servir al Hijo de Dios en el Evangelio. Es, por supuesto, lo que intentamos vivir día a día, pero estos servidores ahora son llamados «amigos». Y se convierten en portadores de esperanza, porque vuelve la imagen del crecimiento, vuelve la imagen de los frutos, el fruto que permanece, el fruto que se multiplica. La promesa de Dios se cumple a través de aquella a quien ha elegido, y la palabra «aquella» debe entenderse en singular, pero también en plural. La promesa de Dios se cumple y da fruto: es Él quien lo hace fructificar y quien nos permite comprender cuánto ha sido útil, buena y fecunda esta vida.
Por eso, no puedo concluir sin mencionar todo esto y dar gracias a Dios. Porque han percibido en ustedes lo que el Señor ha hecho. Y en la Iglesia, Él ha querido manifestar que la elección que hizo fue una buena elección, y que lo que sucede a través de su congregación, extendida por el mundo, es la promesa de Dios que sigue realizándose a través de las obras que llevan adelante hoy.
Que el Señor continúe bendiciéndolas, dándoles frutos, frutos visibles, frutos de esperanza en este año jubilar, un año de alegría, por los 2025 años desde la encarnación del Hijo de Dios. El Papa nos invita a ser peregrinos de la esperanza: es una designación que se añade a las anteriores. Ser portadores de esperanza es algo; ser peregrinos de la esperanza es, además, caminar al encuentro del mundo tan diverso, tan múltiple y variado, tan disperso que nunca terminamos de servirlo y de procurar que sea conducido hasta el Señor y a las puertas de su Reino.
¡Bendito sea el Señor!