El proceso ecuménico que ha acompañado el desarrollo del Día de la Creación como una celebración cristiana común ha dado en los últimos meses un paso significativo. Desde la histórica Conferencia de Asís en marzo de 2024 hasta la reciente Conferencia Ecuménica por el Centenario de Nicea celebrada en mayo de 2025, se ha ido consolidando un consenso amplio en torno a la propuesta de establecer esta fecha como una fiesta litúrgica oficial compartida por las Iglesias cristianas que siguen el calendario occidental.
En este camino, nuestra Superiora General ha tenido un papel activo, como biblista invitada por la Conferencia Episcopal Asiática para colaborar en la elaboración del documento final. En dicho documento, ya aprobado oficialmente, se incluye la propuesta del formulario litúrgico para la “Misa por la Custodia de la Creación”, acompañado de lecturas bíblicas y oraciones cuidadosamente seleccionadas.
Este gesto no es meramente administrativo o decorativo. Es el fruto maduro de una lectura creyente de los signos de los tiempos y una respuesta orante y sacramental al clamor de la tierra y de los pobres. En palabras de la propia hermana Rekha: “Celebrar la creación como misterio salvador es proclamar el amor originario de Dios, renovar nuestra conciencia de criaturas y disponernos, como María, a custodiar y hacer crecer lo que no nos pertenece”.
Desde el punto de vista teológico, esta nueva misa parte de una intuición clave: la creación no es un tema añadido a la fe, sino el lugar donde comienza la historia de la salvación y el espacio donde el Verbo se hizo carne. La liturgia, que es siempre actualización del misterio pascual, es también el ámbito donde se acoge, se ofrece y se transforma la creación.
Las lecturas propuestas así lo expresan. El libro de la Sabiduría (Sab 13, 1-9) invita a descubrir en la belleza de lo creado el rostro del Creador. El himno de Colosenses (Col 1, 15-20) ofrece una visión profundamente cristológica del cosmos, en el que todo fue creado “por Él y para Él”, y todo será reconciliado por su cruz. El evangelio de Mateo, ya sea en la invitación a confiar en la providencia divina (Mt 6, 24-34) o en la escena en que Jesús calma la tempestad (Mt 8, 23-27), recuerda que la creación está en manos del Señor y nos invita a vivir desde la fe, no desde el miedo.
El Misal Romano, con la aprobación del Papa León XIV, ha acogido este nuevo formulario entre las Misas por diversas necesidades, lo que permite su celebración en contextos pastorales concretos. Pero más allá de lo normativo, lo que se nos abre es una oportunidad espiritual y comunitaria para renovar nuestra relación con Dios, con los demás y con la tierra. Como subraya la Laudato si’, estas tres relaciones están íntimamente unidas, y su ruptura es también una forma de pecado estructural.
Incorporar esta celebración en nuestra vida litúrgica no es solo responder a una urgencia ambiental. Es volver a mirar la realidad con ojos contemplativos, como Francisco de Asís. Es acoger el pan y el vino como frutos de la tierra y del trabajo humano, sabiendo que su destino último es ser transformados en Cuerpo y Sangre. Es abrirnos a una conversión eucarística de nuestro modo de habitar el mundo, que nos impulse a vivir con sobriedad, justicia y ternura.
Las religiosas de la Asunción estamos llamadas a vivir con hondura esta dimensión de nuestra fe. Nuestra espiritualidad nos invita a descubrir a Dios presente en la historia, en los pueblos, en los cuerpos y también en la tierra. Por eso, acoger esta nueva fiesta litúrgica con responsabilidad y alegría puede ser una manera concreta de responder a nuestra vocación hoy.
Quienes han participado en este proceso –como nuestra hermana Rekha y la hermana Carmela, que colaboró en los talleres sobre las Escrituras y la Lectio Divina ecológica– han sido testigos del deseo compartido de muchas Iglesias de caminar hacia una comunión más profunda también desde el cuidado de la creación. Este camino ecuménico no es solo un gesto de unidad visible, sino un acto de esperanza en medio de la crisis climática.
Santa María Eugenia, apasionada por un cristianismo que transforma el mundo, sin duda se alegraría de vernos colaborar en esta siembra ecuménica. Como familia religiosa, estamos llamadas a implicarnos, a formarnos y a contagiar a otros este espíritu de reconciliación con toda la creación. El Reino que anunciamos también tiene el rostro de una tierra que canta la gloria de Dios.