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La Ascensión del Señor, ¿una esperanza?

L eventMartes, 24 Junio 2025

Al observar la pintura y leer este fragmento de los Hechos de los Apóstoles: “Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?».  Les dijo: «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra». Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».

La Ascensión inicia otro modo de presencia del Señor, no una presencia estática, sino dinámica. Esta fiesta la recordamos al rezar el Credo: “y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre”. No nos podemos quedar mirando al cielo. Mirar puede estar bien, porque puede resonar a contemplar, observar, embelesarse, y agradecer. La actitud de plantarse, en los Hechos, denota pararse y ausencia de movimiento. Todo lo contrario de la Ascensión, todo lo contrario, a la Encarnación. Pararse no puede ser más opuesto a la vida de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios. Contemplar la vida de Jesucristo es contemplar el dinamismo de la Encarnación. ¿No son sus llagas y sus heridas las marcas de su amor entregado hasta el final?, ¿no es el camino de la cruz y las apariciones a sus amigos una vez resucitado acciones llenas de vida y pasos hacia la Vida?

La Historia de esta fiesta nos enseña que la solemnidad litúrgica de la Ascensión es menos antigua que la de Pentecostés. No encontramos testimonios documentales anteriores a San Eusebio que, en el año 325, en una carta sobre la Pascua la denomina “día solemne”. Este día solemne es un día para agradecer la promesa del envío del Espíritu Santo. El aliento de Dios que insufla en nuestros alientos de discípulos la fuerza, la fuerza nos reviste, como dice el Evangelio de Lucas del día de hoy, para caminar. La Ascensión es la fiesta de la confianza que el Padre y el Hijo depositan en cada uno de nosotros; nos recuerda la salvación que Cristo trae a los hombres. Somos sus testigos para cumplir con el encargo de llevar la Buena Noticia hasta los confines de la Tierra. Su bendición es fuente de alegría. Entonces ¿con una promesa, la fuerza del Espíritu Santo que es dinámico, su bendición y la alegría de saber que Él estará con nosotros hasta el fin de los tiempos podemos albergar en nuestro corazón la esperanza?

Al contemplar la imagen es justo y necesario que recordemos estas palabras de Jesús a María Magdalena: “subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20,17). El Hijo cumple la Palabra de Dios. ¿No rubrica esta imagen la sentencia de san Atanasio de Alejandría "porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios”? (Catecismo, pto.460).

Y para nosotros Asunción, todos los que somos y pertenecemos a la Asunción, ¿qué significa la Ascensión? Es la fiesta donde conjugamos, en plural, el mandato del Señor de id, haced, bautizad, proclamad… Es dentro de la Iglesia donde seguimos construyendo que, hoy, la Tierra siga siendo un lugar de Gloria para Dios. Contemplamos y celebramos la vida de Jesucristo en la tierra como un abajamiento y una ascensión gloriosa. “El cielo pertenece al Señor, la tierra se la ha dado a los hombres” (Sal 115, 16). Es aquí y ahora, en nuestra Historia, donde damos gracias por creer en un Dios que se ha hecho próximo a los hombres y nos ha dejado la herencia de su Creación para alabarlo y glorificarlo, y trabajar con toda nuestra vida en la extensión de su Reino.

 Puedes tú, que estás leyendo estas líneas, encontrar en la fiesta de la Ascensión del Señor un motivo para fijar los ojos en Jesucristo y exclamar, con la Asunción de todos los tiempos: “En la Asunción, todo es de Jesucristo, todo pertenece a Jesucristo, todo debe ser para Jesucristo (Instr. 02.05.1884)”.

Ana Alonso, ra