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La esperanza de una renovación

L eventMiércoles, 03 Julio 2024

Editorial - Benoît Grière Superior General de los Agustinos de la Asunción

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Hace ya un año que el mundo se movilizó en la lucha contra el coronavirus. La Covid-19 ha extendido su dominio a todos los países. Estados Unidos, Brasil, Europa se han visto fuertemente afectados, pero también otros países están cruelmente alcanzados. Nuestra inquietud, ante la prolongación de la pandemia, hemos de ponerla en perspectiva con la realidad global de nuestro mundo. El papa Francisco ha recordado muy oportunamente que Siria está en guerra desde hace diez años. Centenares de miles de víctimas, millones de deportados y de niños abandonados son el triste palmarés del horror. No olvidamos a Kivu Norte, presa de facciones en guerra y de la soldadesca desde hace más de 25 años. La región de Butembo vive una aceleración de violencia y de inestabilidad. Además de los rebeldes y de los bandidos, está el regreso del virus Ébola. Un año, diez años, veinticinco años, todo esto nos devuelve a la dura realidad y nos encara con una única pregunta: ¿tenemos capacidad para recobrar la vida, la paz, la alegría? No se trata de volver al «mundo anterior» a la crisis sanitaria. Se nos presentan dos posibilidades: ser mejores o ser peores. Evidentemente, hay que hacer todo para ser mejores. ¿Pero cómo se puede hacer? Nuestra fe es nuestra ayuda. Sin Él no podemos hacer nada bueno y duradero. La situación actual nos fuerza a una renovación saludable. Así pues, tenemos que cambiar. Hemos aprendido que los recursos de nuestra tierra son agotables; hemos comprendido que la polución nos hipoteca el porvenir; sabemos que la injusticia y la violencia no construyen la paz. ¿Qué hacer entonces para contribuir a la emergencia de un mundo mejor? Los religiosos hemos de redescubrir con mayor admiración la belleza de nuestra consagración. Ser religioso es una gracia, ya que hemos respondido a una llamada del Señor. En libertad, hemos aceptado ser discípulos de Jesús. Hemos decidido seguirle y entregar nuestra vida en testimonio del Reino. Es bueno suscitar siempre más fraternidad: ella es un signo concreto del Reino que viene. ¿Deseamos la fraternidad? ¿Estamos dispuestos al perdón y a la reconciliación en nuestras comunidades, nuestras parroquias, nuestras obras? Es importante que nosotros mismos seamos mejores. Si no, ¡seremos peores! Es urgente ahondar en el sentido de los votos. La castidad, la obediencia y la pobreza no son un eslogan publicitario, son un programa de vida, una ambición y una voluntad de ayudar a percibir las realidades eternas por medio de nuestra pobre humanidad que busca y que espera. Porque es la esperanza lo que hemos de anunciar. Como escribía Frédéric Boyer en la Croix, «la esperanza es nuestra pedagoga cuando ya no sabemos nada, cuando ya no tenemos ningún apoyo en el que descansar, donde recuperar el aliento y la razón. La esperanza nos enseña pacientemente a pensar que es posible lo que en la situación actual nos parece imposible o fuera de nuestro alcance. Nos enseña que nuestra vida excede lo que tenemos ante los ojos.». Pascua es para nosotros el recordatorio de la salvación que se ha dado definitivamente. El mundo se salva si cree en la vida dada por Dios en su Hijo y en el Espíritu. La vida religiosa puede abrir el camino comprometiéndose concretamente por más vida, más justicia, más paz. Al recorrer este camino, indica a nuestro mundo que la esperanza está ahí y que el futuro es posible. Un mundo en el que la riqueza no es el criterio para juzgar a las personas; un mundo en el que el poder no sea la imposición de la fuerza o la violencia; un mundo en el que cada persona es amada por lo que es: un hijo o una hija de Dios. En la mañana de Pascua el sepulcro estaba abierto. La vida se extendía por todo el mundo. Ojalá seamos todos juntos testigos de esta esperanza de renovación.