local_offer Religiosas

Provincia de Atlántico Sur: Un encuentro desafiante

P eventMiércoles, 03 Julio 2024

La comunidad de Brasília  (Provincia del Atlántico Sur) viene compartir su vivencia de una oficina muy interesante en la cual participaron dos de nuestras hermanas, Raimunda Barbosa Pereira y Regina Maria Cavalcanti, y también un laico, membro de Asunción Juntos de La Rioja (Argentina), Óscar Rubén Yames.

Era una oficina regional de JCoR, sigla que en inglés significa “Coalición de Religiosos por la Justicia” (Justice Coalition of Religious). Nosotras éramos casi doscientas personas, entre religiosos, religiosas, laicos y laicas ligados a una congregación religiosa. Veníamos de varias regiones de Brasil y de algunos países de Latino América. La Conferencia de Religiosos y Religiosas de Brasil (CRB) acogía esta oficina y festejaba sus 70 años de existencia. Estaban también presentes algunos representantes de la CLAR (Confederación Latinoamericana de Religiosos) y una religiosa y una laica de Estados Unidos, que trabajan en las Naciones Unidas, una de ellas como Directora General de JCoR, y la otra como miembro del Consejo.

Sí, porque JCoR es una organización que ofrece, a las congregaciones que son sus miembros, acceso a la ONU en lo que toca a la justicia y a los derechos humanos. La ONU valoriza JCoR, pues que la vida religiosa tiene su contribución a dar sobre las grandes cuestiones de la ética, de la política, del desarrollo humano, de la ecología, de la justicia – en suma, a todo lo que toca a la persona humana. Es cierto que nuestra misión se pasa allí dónde estamos, en nuestra “pequeña esfera”, pero nuestra voz puede alcanzar al mundo… Por cierto, María Eugenia se alegra al ver que su deseo de una acción transformadora se concretiza y se fortalece cuándo unimos nuestras manos y nuestras voces a otros que comparten con nosotras el mismo sueño de un mundo más conforme a lo que Dios quiere para toda la humanidad.

La experiencia vivida en esta oficina fue fuerte y desafiante. Con efecto, hay dos hechos, propios de nuestro tiempo, que están en la raíz de JCoR: por un lado, las vocaciones a la vida religiosa disminuyen en muchos países, y, por otro, también en muchas partes del mundo, los espacios políticos se cierran, tornándose poco receptivos a las voces de la sociedad civil, sobre todo a las de los más empobrecidos. Es necesario, por lo tanto – y éste es el más grande desafío – que nos unamos a otros para trabajar por el Reino. Es necesario que nos comprometamos en acciones inter-congregacionales para ser más incisivas. Es necesario unir nuestras fuerzas, o mejor, “nuestras debilidades”, cómo lo diría María Eugenia, para que la transformación social con la cuál soñamos pueda empezar a realizarse.

En la oficina, oímos testimonios muy fuertes que nos hicieron casi tocar con las manos  situaciones humanas muy dolorosas: la violencia contra las mujeres, el racismo, el hambre, la falta de empleos, la falta de habitaciones, el trabajo en condiciones degradantes, la situación de los pueblos originarios de nuestro continente… El grito de la Amazonía se hizo oír en la sala, pues que había entre nosotros representantes de los pueblos indígenas. Fueron momentos de compartir situaciones vividas junto a personas muy marginadas y empobrecidas. Nosotros, los participantes de la oficina, estábamos muy concordes con el gran objetivo de JCoR: “Hacer crecer la colaboración entre nuestros miembros – en la ONU y a través del mundo – en el esfuerzo y el compromiso de abordar las causas fundamentales de la pobreza, de la violencia, de la destrucción del planeta y del desarrollo insostenible”.

Al final de la oficina, nosotros nos reunimos por regionales de la Conferencia para planear algunas acciones concretas según las diferentes realidades en las cuales estamos. El tema que uniría los distintos proyectos es el de la desigualdad social. Acá en Brasília, decidimos visitar tres proyectos ya existentes para ver dónde sería posible unir nuestras fuerzas en acciones inter-congregacionales.  

Una de estas visitas fue en la más grande villa miseria del país, que tiene un nombre muy poético: el Sol Naciente. Las Misionarias de Jesús Crucificado tienen una comunidad allá; ellas acogerán el grupo que hacía la visita: religiosos, religiosas y laicas que habían participado de la oficina. Raimunda y Regina estaban en el grupo. Después de un tiempo de conversa con las Hermanas, para conocerlas y conocer su trabajo, el grupo se fue al encuentro de la gente.

Aquel sábado era un día de almuerzo comunitario, lo que se pasa a cada 15 días. Un grupo de voluntarios entre los habitantes del Sol Naciente hacía la cocina con las donaciones recibidas. La gente llegaba con sus ollas para levar la comida a sus casas. Nosotros comimos con los que habían preparado el almuerzo en la cocina del Movimiento de Trabajadores por la Justicia.

Quienes conocen una villa miseria saben que es un espacio de pobreza – y algunas más aún que otras. La población del Sol Naciente crece continuamente con la llegada de mucha gente que viene a la capital del país en búsqueda de mejores condiciones de vida. Es un lugar donde se ve la falta de atención del gobierno local: no hay escuelas ni hospitales, el transporte público es insuficiente y precario…   

Pero la gente tiene creatividad. Y generosidad también… Visitamos una pequeña sala, cedida por su propietario para el trabajo de las Hermanas. Elles crearon allí un espacio educativo, con alfabetización de adultos, clases de refuerzo escolar para niños y adolescentes y clases de informática. Hay también espacio para unas pocas máquinas de coser, dónde algunas mujeres hacen bolsas para vender.

Habrá otras visitas para que podamos encontrar acciones o proyectos en los cuáles unirnos como congregaciones. Es posible que sea un “trabajo de hormigas”, pero un hormiguero puede derribar una pared… Que podamos derribar, o, por lo menos, rajar, la “pared” de la desigualdad social.