local_offer Espiritualidad

Ver con los ojos del corazón: el testimonio como argumento de fe

V eventMiércoles, 16 Julio 2025

“Ver con los ojos del corazón: el testimonio como argumento de fe”

Con motivo de la fiesta de Santo Tomás, apóstol

Por Carlos Enrique Castro Medina

 

Cuando las palabras no bastan

Vivimos en tiempos de escepticismo, donde las palabras se han vuelto frágiles frente al ruido del mundo. En las redes sociales, en los medios, en las conversaciones cotidianas, se multiplican los discursos, las opiniones, las verdades parciales. En medio de este mar de información y confusión, muchos se preguntan: ¿en quién confiar? ¿Qué tiene peso real? ¿Dónde se encuentra lo auténtico?

Para muchas personas, la fe ya no se transmite desde los discursos religiosos tradicionales. Las fórmulas repetidas, los argumentos teológicos, incluso las citas bíblicas, muchas veces no logran penetrar un corazón herido o indiferente. Se requiere algo más: una experiencia viva, concreta, encarnada. Se necesita ver para creer… como lo pidió Tomás.

Y, sin embargo, incluso ver con los ojos no siempre basta. Vivimos en un mundo en el que lo visible puede ser manipulado. Por eso, como creyentes, estamos llamados a ofrecer un testimonio que hable no solo a los ojos, sino al corazón.

El camino de Tomás y el desafío del testimonio

La figura del apóstol Tomás ha sido muchas veces reducida a la de “el incrédulo”. Pero su historia es mucho más profunda. Él no dudó por capricho, sino porque amaba con sinceridad. No quería una fe de segunda mano, sino una experiencia personal del Resucitado. Su petición —“si no veo en sus manos la señal de los clavos…” (Jn 20,25)— revela el deseo de una fe encarnada, tangible, cercana.

Jesús no lo reprende con dureza, sino que responde con amor: se le muestra, lo invita a tocar, y al final, Tomás profesa una de las declaraciones de fe más profundas del Evangelio: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28).

En Tomás descubrimos la importancia de la experiencia, del encuentro, del testimonio. Porque lo que convence no es tanto lo que se dice, sino lo que se vive. El verdadero testimonio cristiano no se reduce a palabras; se trata de vidas que transparentan a Cristo. Es el amor concreto, la compasión activa, la coherencia cotidiana lo que revela al mundo el rostro del Resucitado.

Hoy, como entonces, pedimos ver para creer. Pero lo que buscamos no son milagros espectaculares, sino vidas creíbles. Buscamos personas que vivan lo que predican, que amen sin condiciones, que acompañen sin juzgar, que sirvan sin esperar nada a cambio.

Ser testimonio en lo cotidiano

En un mundo sediento de autenticidad, nuestro mayor argumento de fe es el testimonio. No necesitamos grandes escenarios ni discursos elaborados. Lo que el mundo necesita es ver discípulos y discípulas de Jesús que vivan con los ojos del corazón, capaces de descubrir a Cristo en el otro y de transparentarlo con su vida.

Por eso, celebrar a Santo Tomás es también renovar nuestro compromiso como testigos. ¿Dónde y cómo podemos dar testimonio hoy? Aquí algunas claves sencillas pero poderosas:

  • Coherencia: Que lo que decimos y lo que hacemos refleje el mismo Evangelio.
  • Cercanía: Escuchar más que hablar, acompañar más que instruir.
  • Alegría: Mostrar con nuestra vida que seguir a Cristo no es carga, sino plenitud.
  • Compromiso: Involucrarnos en la realidad de los que sufren, siendo presencia de esperanza.
  • Oración: Porque nadie puede dar testimonio verdadero si no ha visto primero al Resucitado en la intimidad de su propia vida.

Como Tomás, todos estamos en camino. También nosotros dudamos, preguntamos, buscamos. Pero si vivimos con los ojos del corazón abiertos, podremos ver la presencia de Dios en lo cotidiano y ser signo de su amor para los demás.

Hoy, más que nunca, la Iglesia necesita hombres y mujeres que, como Tomás, no se conformen con palabras, sino que busquen el encuentro. Que duden, sí, pero que sigan buscando. Que no teman tocar las heridas del mundo. Que, al ver, crean. Y que, al creer, vivan de tal manera que otros puedan ver, también ellos, al Dios vivo.