Te voy a contar una escena abrumante para mí. Me vi envuelta en un enfrentamiento verbal con una persona que ni conozco y a quien permití que sus comentarios, muy dichos desde su perspectiva, modificarán mi paz; llegando a ese momento en la “conversación” en la que elegí callar para no seguir en ese bucle discursivo y parar la incomodidad.
Después de haber repasado varias veces por mi cabeza esa “conversación incómoda”, reconozco que me deje invadir por el cúmulo de emociones que la otra persona depositaba en mí y, que asumí, desde el cuestionamiento de mis acciones. Y no sólo eso, fue la sensación de impotencia verbal, la que me hizo replantear mejores respuestas anticipando si es que esta misma escena vuelve a ocurrir.
Estoy casi segura, que conforme vas leyendo este suceso también has empatizado con esa sensación de incomodidad, donde las emociones se nublan y, las palabras, se encuentran trabadas en la garganta sin un orden claro para salir. En fin, el mensaje de la reflexión de dicha escena es sobre el impacto que generan las relaciones sociales sean funcionales o, como en este caso, no.
Quiero aprovechar el tiempo cuaresmal para que este texto que data sobre relaciones humanas, emocionalidad y comunicación sea desmenuzado desde la perspectiva de “Amor, sacrificio y redención", pues la Pasión de Cristo nos interpela en nuestra vida diaria y, que desde la mirada de Maria Eugenia de Jesús, podemos dejarnos acompañar en este proceso de interiorización y crecimiento personal distinguiendo los componentes emocionales y corporales para tocarlos, desde la perspectiva de la razón y, sobre todo, dejarlos influir por el impulso del Espíritu.
Hace más de cuarenta años, Robert Plutchik decía que hablar de “emoción” es hablar de la respuesta que tenemos ante cualquier situación en el contexto que se manifiesta de manera natural a través de signos físicos y psicológicos y que toda emoción viene con una carga de intensidad. Después de haber identificado la emoción y el grado de intensidad, es importante ponerle nombre. Nombrar lo que se siente y lo que se piensa da un sentido de orden mental para expresar aquello que se necesita. Al expresar lo que se necesita se provoca la comunicación y se consigue, esperanzadoramente, el equilibrio entre ambas partes. Al final, lo que se espera en esta interacción de hacer saber a la otra persona lo que pensamos, sentimos y necesitamos es formar una relación: un vínculo que construya experiencias.
La doctora Marian Rojas Estapé nos dice que hay que entender para comprender. Entender que experimentamos emocionalidad siendo seres pensantes nos permite fluir desde la consciencia. Estamos en constante manifestación emocional, permitámonos sentir como referente del actuar. Por eso para mí fue importante volver a repasar la escena varias veces en mi cabeza, con la intención de ofrecerme mejores recursos y preguntarme constantemente si lo que yo quería era “mostrar mi razón” o “no afectar más la interacción”. Es bueno saber cuáles son las batallas que valen la pena ser peleadas y con ello, asumir la consecuencia desde la madurez.
Una vez descubiertos el corazón y la razón vale la pena encontrar puente con el Espíritu y dejar que la Palabra redima la visión. Desde la entrega al servicio, Jesús nos habla de tomar nuestra cruz y seguirlo. A lo largo de su enseñanza misionera es cabal con el mensaje del perdón y, directo en que nuestro actuar se base en el amor. Al aplicar el soplo del espíritu es dejar que la Palabra resignifique la visión pues la relación con Dios nos conduce, inevitablemente, a la relación con los otros, cambiemos la visión para transformar la situación.
Como cristianos, sabemos que nuestros talentos deben impactar sobre la construcción del Reino. Traigamos al presente las palabras de MME, “siempre hay algo positivo en el otro, creámoslo, busquémoslo y si no lo encontramos es quizá a causa de la imagen idealizada que tenemos de nosotros mismos…” (Consejos para la educación, 1984); por lo que, además de creer y buscar los talentos de los otros, creamos y busquemos los propios para la construcción del Reino en un mundo tan global.
Dios, desde su misericordia, nos invita a llevar la cruz sobre nuestros hombros identificando y reconociendo la intensidad emocional, nos lleva a caminar por el calvario de la construcción de las relaciones humanas con la intención de asumir las consecuencias de la comunicación con madurez, nos invita a transformar la adversidad desde el perdón y el amor; pero con la confianza de caer y levantar la mirada, pues como dice Madre Maria Eugenia… Mi mirada está puesta en Jesucristo y en la extensión de su Reino.
Marlé Uribe
Psicopedagoga del Instituto Asunción Querétaro
* Foto 1: Las manos que entrelazan la misión que Dios me dio para ser mejor persona que piensa, siente y comunica
** Foto 2: La cruz. Amor, sacrificio y redención.